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Agencias

¿Estamos en una nueva guerra fría? o solo es una guerra comercial

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EP New York | polìtica mundial

Lo llamamos nueva guerra fría, pero no lo es

La competencia entre EEUU y China es muy diferente de la que rigió entre Washington y Moscú y estructuró el mundo durante la guerra fría. Pese a las limitaciones que le impone EEUU, China está inmersa de lleno en la economía global y las inversiones estadounidenses en el país no dejan de aumentar. ‘Codependencia destructiva’ podría ser más adecuado para la competencia interdependiente actual.

Lo llamamos “nueva guerra fría”, pero la relación, competencia y colaboración entre Estados Unidos y China no solo no lo es, sino que guiarse por este concepto puede llevar a errores de visión y de política . Más aún entre China y la Unión Europea, que ve, correctamente, a la superpotencia asiática como “socio, competidor y rival sistémico”.

Utilizamos el término de guerra fría por pereza intelectual, y porque estamos inmersos en un periodo de transición, es decir, de desorden, de un orden mundial a otro cuyos contornos se divisan aún mal. La guerra fría responde a otra época y situación. No es un concepto útil hoy. Pese al discurso de la tensión entre Washington y Pekín, la realidad es otra. El episodio de los globos es un reflejo.

A diferencia de la antigua Unión Soviética, China participa plenamente en la economía global, y en las cadenas de suministro que la conforman, aunque la globalización se haya frenado algo con la pandemia y con la competencia tecnológica y estratégica entre Washington y Pekín. Desde Occidente, sobre todo desde EEUU, se avanza hacia un acortamiento de estas cadenas, por medio de políticas de empresas. No solo por razones geopolíticas o geoeconómicas, pues tiene mucho que ver con la política interna estadounidense.

Con su política de America First, Donald Trump y su republicanismo radical atrajeron a una parte importante, venida a menos con la deslocalización y la automatización, de la clase obrera y media baja de EEUU. Joe Biden quiere con su política antichina y de Buy American –más allá de indudables consideraciones estratégicas de una superpotencia que teme que le haya surgido una rival– restablecer puentes con esos votantes que había perdido el Partido Demócrata. Es, además, un terreno de entendimiento con el propio Partido Republicano, radicalizado, con el que ahora tiene que tratar dado que controla la Cámara de Representantes. La política hacia China tiene mucho de política interna americana. <span;>All politics is local.

La actual administración estadounidense, inspirándose en tiempos de la guerra fría, se ha metido en una política de control de las exportaciones de tecnología avanzada hacia China, en la que está incorporando a aliados como Países Bajos, Japón y Corea del Sur, esenciales para la fabricación de los chips (microprocesadores) y otros elementos más avanzados. Un problema es que cada vez es más difícil diferenciar entre aplicaciones civiles y militares de estas tecnologías. Indudablemente, hay una carrera tecnológica entre EEUU y una China cuyos avances quiere frenar Washington tras percatarse, demasiado tarde, de que su incorporación a la economía mundial, en especial a partir de 2001 con la entrada en condiciones ventajosas de Pekín a la Organización Mundial del Comercio, no produjo la liberalización económica y política que, de manera ingenua y con desconocimiento de la cultura imperante en China, esperaba. Un ingenuidad y desconocimiento que también es frecuente en España.

«China tuvo su primer ‘momento Sputnik respecto a la inteligencia artificial con la derrota, en 2018, de un maestro del juego Go por la computadora AlphaGo de Deepmind (empresa adquirida por Google)»

El discurso de frenar a China predomina en EEUU, donde hay un amplio consenso al respecto. Algunas medidas restrictivas pueden lograrlo, al menos temporalmente. Por ejemplo, limitando la capacidad china de desarrollar la más avanzada inteligencia artificial (IA), respecto a la cual Pekín ha tenido lo que el experto e inversor Kai-Fu Lee llamó el “momento Sputnik”. Se refería al susto de EEUU cuando la URSS lanzó en 1957 el primer satélite artificial. Generó una carrera espacial, que llevó a EEUU a poner a un hombre en la Luna, a donde ahora parece que quieren volver diversas potencias, empezando por China.

El primer “momento Sputnik” chino en referencia a la IA llegó en 2018 con la derrota de un maestro del juego Go por la computadora AlphaGo de Deepmind (empresa adquirida por Google). (Dicho sea de paso, estos días, un jugador humano aficionado ha vencido al programa, tras descubrir en él, gracias a la IA, algunos fallos en el programa.) El segundo momento, para Pekín, ha sido el lanzamiento por OpenAI (en la que Microsoft tiene grandes intereses) de la inteligencia artificial generativa de lenguaje natural ChatGTP, que tanto revuelvo ha causado, y las de otras empresas. Corriendo, Pekín va a intentar presentar la suya. China, el mayor consumidor mundial de chips, no es (¿aún?) capaz de diseñar o fabricar los más avanzados, que necesita para esta carrera.

Las medidas limitativas de Washington le están llevando a desarrollar su propia capacidad. Tomará un tiempo y el éxito no está garantizado. Pero, ejemplo de la capacidad china, en diciembre pasado Huawei solicitó su propia patente para un componente de la litografía por luz ultravioleta extrema, tecnología que hasta ahora tenía en exclusividad la empresa ASLM de Países Bajos, esencial para fabricar los semiconductores más avanzados.

Pese al discurso oficial desde Washington de una relativa separación tecnológica y en otros aspectos de China, la realidad es algo diferente. El déficit comercial de EEUU con China creció el año pasado un 8,3% anual hasta los 382.900 millones de dólares, el segundo más alto registrado. Las inversiones estadounidenses en China van viento en popa, aunque se han frenado en startups .

Apple quiere comenzar a distanciarse de China, abriendo fábricas en India, además de impulsando su colaboración con países como Vietnam, pero no lo logra de forma significativa, debido al grado de sofisticada integración de sus sistemas de producción en la nueva superpotencia. China, por su parte, alberga muchas materias primas estratégicas en la era digital, desde el litio a las tierras raras. Aunque la administración estadounidense no lo reconozca de manera oficial, EEUU y China se necesitan mutuamente.

De seguir la tensión, podrían acabar –con los europeos pillados en medio– como los protagonistas del cuadro de Goya Duelo a garrotazos o como esos boxeadores que, agotados, acaban enganchados el uno al otro en el ring.

En cuanto a Taiwán, Washington está reforzando sus relaciones políticas y estratégicas con la isla, ante la posibilidad de una invasión desde la China continental. Sin embargo, es significativo que Warren Buffet haya anunciado una desinversión de 86% en TSMC, la empresa taiwanesa que fabrica (no diseña) un 54% de los chips mundiales. ¿Por el reshoring o por otra razón? Buffet suele acertar en las tendencias mundiales.

«Tan significativo es que China haya propuesto un plan para un ‘acuerdo político’ en 12 puntos, formalmente acorde con el Derecho Internacional, aunque no distingue entre agresor y agredido, como que Occidente lo haya rechazado de plano pese a tener algunos avisos interesantes»

Está, además, la competencia geopolítica en el Sur Global. EEUU intenta rodear a China en el Pacífico por medio de alianzas con países de la región (Filipinas es el último). China (y Rusia) refuerza sus bases navales y su presencia económica y estratégica en África y en América Latina. Aunque, tras las advertencias estadounidenses, si China empieza a apoyar a Rusia con suministros militares para la guerra en Ucrania –que incomoda a China, aunque ve ahí que Occidente se puede debilitar–, la tensión se puede incrementar de manera notable. Moscú se habrá echado a los brazos de Pekín, todo lo contrario de lo que buscaron Nixon y Kissinger con su apertura a China. Pero tan significativo es que China haya propuesto un plan para un “acuerdo político” (no lo llama plan de la paz) en 12 puntos, formalmente acorde con el Derecho Internacional, aunque no distingue entre agresor y agredido, como que Occidente lo haya rechazado de plano pese a tener algunos avisos interesantes, por ejemplo, contra el uso del arma nuclear. Por detrás, hay un intento por parte de China de generar un orden mundial más acorde a sus intereses que el que nació de la guerra fría y la posguerra fría. Ese es un largo e importante proceso, o pulso, que cambiará la gobernanza global.

En la guerra fría, la URSS exportaba ideología, comunismo soviético, y Occidente defendía la democracia liberal para sí. Cabe recordar la reguera de apoyos estadounidenses a golpes de Estado, como el de Pinochet en Chile. El Occidente democrático ha dejado, en general, de intentar exportar democracia liberal, salvo para defender la suya y la de sus socios (como Hungría y Polonia) o la de sus vecinos inmediatos (Ucrania). Su última y larga gran experiencia al respecto, Afganistán, salió mal. Pero la democracia avanzó en el mundo, aunque últimamente esté retrocediendo. En esta competencia, en la que desempeña un papel fundamental la desinformación, China intenta hacer atractivo su modelo desarrollo. Pero sabe que es único y de difícil repetición, aunque ya ha dejado sentado que crecimiento económico y tecnológico no requiere democracia liberal. Prefiere a los regímenes autoritarios, a los que no pide cuentas, sino contrapartidas económicas. La vigilancia de los ciudadanos/usuarios se da en todos los sistemas, aunque el uso que se hace de ella difiere. ¿Exporta China tecnoautoritarismo, con sistemas de vigilancia, censura y represión avanzados? Sin duda. Aunque también lo hace EEUU (y varios países occidentales). Si China exporta IA de reconocimiento facial a través de cámaras (a menudo con tecnología estadounidense), EEUU no se queda atrás. Una diferencia, según un reciente estudio de Brookings, es que estas exportaciones chinas se reparten entre democracias fuertes y débiles (56 % vs. 46 %), mientras EEUU lo hace más hacia las fuertes (76 % vs. 24 %).

La guerra fría comenzó con EEUU gozando de superioridad nuclear y la URSS de superioridad convencional en una Europa tomada como rehén de esta competición. Un equilibrio precario. Luego, con el desarrollo por ambos de sus capacidades nucleares, se llegó a la disuasión mutua asegurada (la Doctrina MAD) y a la paridad nuclear. Con el auge de China, las cosas cambian. Si China, como parece, está ampliando de forma significativa su arsenal nuclear para llegar a 1.500 cabezas en 2035, frente a las 3.700 de EEUU y a las 4.500 de Rusia en la actualidad, la disuasión cambiará por completo, por mucho que Pekín diga mantener la doctrina de que no será el primero en usarlas (no first use). Como indica el analista Andrew Krepinevich, la disuasión basada en la paridad funcionaba entre dos, pero la paridad deja de tener sentido entre tres. Habrá, sin embargo, potencial suficiente para destruir el planeta varias veces. Deberá repensarse por completo la ecuación nuclear –base del orden mundial–, más aún cuando Vladímir Putin ha sacado a Rusia del único gran acuerdo de control de armamentos nucleares que quedaba, el Nuevo Start. Habrá que pensar, como poco, en triadas. Más complejidad. Más inestabilidad.

No es, pues, una nueva guerra fría. Pero sí una situación de dependencia mutua y de profunda competencia entre una superpotencia que quiere seguir prevaleciendo y otra que quiere seguir ascendiendo. Un pulso polidimensional (con dimensiones que se alimentan entre sí). El término “nueva guerra fría” es facilón, y por eso se usa. ¿Entonces qué? ¿“Lucha existencial” para lo que queda de siglo, como la ha calificado el republicano Mike Gallagher, de la nueva comisión bipartita de la Cámara de Representantes de EEUU para combatir la competencia china? Esperemos que no. Para Rana Foroohar, analista de Financial Times,China y EEUU están atrapados en una “codependencia destructiva”. Puede valer. Pero habrá que encontrar una mejor definición de esta competencia interdependiente. No son tiempos de simplismos.

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El País de España

Andrés Ortega

Andrés Ortega Klein (Madrid, 1954) es escritor, analista y periodista. Ha sido en dos ocasiones (1994-1996 y 2008-2011) Director del Departamento de Análisis y Estudios del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. Ha tenido una larga carrera en periodismo como corresponsal en Londres y Bruselas y columnista y editorialista de El País

 

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Catar 2022 : El mundial de las controversias

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EP New York | Mundial de Catar

Catar obtuvo la Copa del Mundo que anhelaba

Al final, después de un torneo ensombrecido por la controversia desde que le otorgaron los derechos para ser el anfitrión, Catar tuvo la oportunidad que buscaba: ser el centro de atención mundial.

El pequeño Estado del desierto, una península con forma de pulgar, no ansiaba otra cosa que ser más conocido, que ser un actor en el escenario mundial en el momento de 2009 en que lanzó lo que parecía un intento poco probable de ser la sede de la Copa del Mundo varonil, el evento más popular del deporte en el planeta. Organizar el torneo ha costado más de lo que nadie pudo imaginar: en dinero, en tiempo, en vidas.

Pero la noche del domingo, cuando los fuegos artificiales iluminaron el firmamento en Lusail, cuando los hinchas argentinos cantaron y su astro, Lionel Messi, brilló al aferrarse a un trofeo que esperó toda una vida para alzar, ya todos conocían a Catar.

El desenlace espectacular, una final de ensueño que enfrentó a Argentina contra Francia, un primer título de Copa del Mundo para Messi, el mejor jugador del mundo, un partido palpitante que se definió luego de seis goles y una tanda de penales, se cercioró de que fuera así. Y, como para asegurarse, para ponerle la huella final al primer Mundial en el Medio Oriente, el emir de Catar, Tamim Bin Hamad al Thani, detuvo a un Messi resplandeciente que iba a recoger el mayor reconocimiento del deporte y lo apartó. Había algo más.

Sacó un >bisht< de bordes dorados, esa capa negra que en el Golfo se usa en las ocasiones especiales y la puso en los hombros de Messi antes de entregarle el trofeo de oro de 18 kilates.

La celebración era el fin de una tumultuosa década de un torneo que se adjudicó en un escándalo de sobornos, manchado por denuncias de abuso a los derechos humanos y lesiones contra los trabajadores migrantes contratados para construir una Copa del Mundo que costó 200.000 millones de dólares a Catar y que fue ensombrecida por decisiones polémicas sobre todo tipo de asuntos, desde el alcohol hasta las bandas de los capitanes en el brazo.

Sin embargo, durante un mes, Catar ha sido el centro del universo y ha logrado una hazaña que ninguno de sus vecinos en el mundo árabe ha conseguido, una que en ocasiones parecía impensable en los años desde que Sepp Blatter, el expresidente de la FIFA, hizo el sorprendente anuncio en un salón de conferencias de Zúrich el 2 de diciembre de 2010, cuando dijo que Catar sería la sede de la Copa del Mundo de 2022.

Es poco probable que el deporte vuelva a encontrarse pronto con un anfitrión como este. Catar tal vez haya sido la sede más inadecuada para un torneo de la dimensión de la Copa del Mundo, un país al que le faltaban tantos estadios e infraestructura e historia que su postulación fue clasificada como de “alto riesgo” por los propios evaluadores de la FIFA. Pero aprovechó la materia prima de la que disponía en abundancia para lograrlo: dinero.

Catar, respaldado por un abastecimiento de presupuesto, al parecer sin fondo, para impulsar sus ambiciones, se embarcó en un proyecto que exigía nada menos que la construcción, o reconstrucción, del país entero en aras de un torneo de fútbol que dura un mes. Esos miles de millones de dólares se gastaron dentro sus fronteras: se edificaron siete estadios nuevos, así como otros grandes proyectos de infraestructura con un costo económico y humano inmenso. Pero cuando eso no bastó, también gastó generosamente más allá de sus fronteras, comprando equipos deportivos y derechos de transmisión con valor de miles de millones de dólares y contratando a estrellas deportivas y celebridades que apoyaran su emprendimiento.

Y todo eso se desplegó en Lusail. Para cuando el partido final se jugó en el estadio de Lusail, con valor de mil millones de dólares, Catar no podía perder. El juego se emitía por todo el Medio Oriente en beIN Sports, un gigante de la televisión deportiva que se estableció luego de que Catar aseguró los derechos de organizar la Copa del Mundo. También podía reclamar como suyos a los dos mejores jugadores de la cancha: Messi, de Argentina, y el goleador francés Kylian Mbappé, ambos en la nómina del club francés Paris Saint-Germain, de propiedad catarí.

Mbappé, quien había anotado el primer triplete de una final en medio siglo, acabó el partido sentado en el césped, consolado por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, invitado del emir, mientras los seleccionados de Argentina bailaban y festejaban a su alrededor.

La competencia brindó tramas persuasivas —y a veces inquietantes— desde el inicio, al celebrarse una inauguración intensamente política en el estadio Al Bayt, un estadio enorme diseñado para parecer una tienda beduina. Esa noche, el emir de Catar estuvo sentado junto al príncipe heredero Mohamed bin Salmán, el gobernante de hecho de Arabia Saudita, menos de tres años después de que este último liderada un bloqueo severo contra Catar.

Durante meses se discutieron acuerdos y se hicieron alianzas. El equipo catarí no era de importancia en su debut de Copa del Mundo. Perdería su primer juego y luego iría por dos derrotas más y saldría de la competencia con el peor desempeño de cualquier anfitrión en la historia del torneo.

Habría otros desafíos, algunos de ellos ocasionados por el propio Catar, como la repentina prohibición de vender alcohol en las inmediaciones de los estadios a solo dos días del juego inaugural, una decisión de último minuto que dejó a Budweiser, patrocinador histórico de la FIFA, furiosa en el banquillo.

En el segundo día del torneo, la FIFA aplastó la campaña de un grupo de equipos europeos para llevar una banda que promovería la inclusión, como parte de los esfuerzos prometidos a los grupos de activistas y críticos en sus países de origen, y luego Catar aplastó los esfuerzos de la hinchada iraní para llamar la atención sobre las protestas en su país.

Pero en la cancha, la competencia cumplió. Hubo grandes goles y grandes partidos, derrotas sorprendentes y un exceso de goles que hicieron titulares y crearon nuevos héroes, sobre todo en el mundo árabe.

Primero llegó Arabia Saudita, que ahora puede presumir de haber derrotado al campeón del Mundial en la fase de grupos. Marruecos, que solo una vez antes había alcanzado la fase de eliminación se convirtió en el primer equipo africano en llegar a las semifinales, logrando una sucesión de victorias apenas creíbles por encima de los pesos pesados del fútbol europeo: Bélgica, España y luego el Portugal de Cristiano Ronaldo.

Esos resultados ocasionaron festejos por todo el mundo árabe y en un puñado de grandes capitales europeas, mientras que también le dieron una plataforma a los hinchas en Catar para promover la causa palestina, la única intromisión de la política que las autoridades cataríes no intentaron acallar.

En las gradas, el escenario era peculiar: en varios partidos que parecían poco llenos, los vacíos se llenaban minutos después de la patada inicial, cuando las puertas se abrían para permitir que los espectadores —muchos de ellos, migrantes del sur de Asia— ingresaran sin pagar la entrada. Es probable que nunca se conozca la cantidad precisa de espectadores que pagaron, sus asientos ocupados por miles de los trabajadores y migrantes que construyeron el estadio y el país, y que lo mantuvieron en acción durante la Copa del Mundo.

Fue ese grupo de personas, originario en mayor parte de países como India, Bangladés y Nepal, que fue el rostro más visible de Catar para los casi un millón de visitantes que viajaron a la Copa del Mundo. Fungieron como voluntarios en los estadios, sirvieron la comida y operaron las estaciones de metro, pulieron los pisos de mármol y sacaron brillo a los pasamanos y las manijas de las puertas de la multitud de hoteles y complejos de apartamentos recién construidos.

Para el final del torneo, la mayoría de esos aficionados se habían ido, dejando a los argentinos —una población flotante que se calculaba en 40.000 almas— para servir como entretelón sónico del último día y el último partido. Vestidos con franjas albicelestes, se reunieron en el estadio de Lusail, para crear una atmósfera digna de Mundial —saltando y cantando los 120 minutos del encuentro y mucho después de ello— que ningún dinero catarí podría comprar.

Habían logrado exactamente lo que querían de la Copa del Mundo. Igual que Catar.

Publicado en the New York Times por Tarik Panja

Tariq Panja cubre algunos de los rincones más oscuros de la industria del deporte mundial. También es coautor de “Football’s Secret Trade”, una exposición sobre la industria multimillonaria de comercio de jugadores de fútbol.

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Blog de Sucesos y Noticias

El “viche” colombiano , una tradición del pacífico con etiqueta de exportación

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EP New York | Latinoamérica

Cali , Colombia — Prohibido durante generaciones, este licor de caña se convirtió en un símbolo de la prolongada exclusión de la cultura negra del relato nacional de Colombia, y su veto, para muchos, fue una prueba más de que el país no reconocía las contribuciones de la comunidad.

Cuando era niña, Lucía Solís vio cómo su familia enterraba en el bosque un alijo de viche, un licor de caña apreciado pero prohibido, por temor a que la policía lo confiscara e incluso los arrestara.

Sin embargo, este mes de agosto se encontraba rodeada de botellas de viche, con su líquido de color ámbar, crema y cristal, abrumada por clientes deseosos de probarlo, ahora que es legal.

Estaba vendiendo su propia marca de licor en un puesto de una de las mayores celebraciones de la cultura afrodescendiente en América Latina, el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, en el que 350.000 visitantes convierten una amplia franja de Cali en una fiesta gigante.

“¡Soy sexta generación!”, gritó Solís, de 56 años, esforzándose por hacerse oír por encima de los sonidos de los bombos de sonido profundo y la marimba melódica mientras explicaba que ella era una más en la larga lista de mujeres que han elaborado viche. “La abuela, la bisabuela, la tatarabuela. Los ancestros”.

El viche, hecho de caña de azúcar destilada, fue inventado por personas que fueron esclavizadas en la región de la costa del Pacífico colombiano y ganó popularidad como respuesta casera al monopolio del gobierno sobre el licor de caña, convirtiéndose en una especie de alcohol ilegal colombiano.

Se diferencia de otros licores de caña de azúcar, como el aguardiente colombiano, porque la caña debe cultivarse junto al mar o a un río y junto a otras plantaciones autóctonas de la región que, según los productores, dan al viche su característico sabor ahumado y cítrico.

Prohibido durante generaciones, el viche se convirtió en un símbolo de la prolongada exclusión de la cultura negra del relato nacional de Colombia, y su veto fue una prueba más, según los críticos, de que el país no reconocía las numerosas contribuciones de la comunidad.

El festival Petronio Álvarez es una poderosa respuesta a cualquier intento de ignorar o descartar la cultura afrodescendiente de Colombia. Llamado así por un músico que celebraba su cultura en sus canciones, comenzó en 1997 como un evento musical y ha crecido hasta convertirse en una mezcla de reunión regional, semana de la moda, concursos de chefs, un festival de danza y uno de los conciertos más importantes del año.

Para algunos, la asistencia anual es una tradición, algo así como una peregrinación cultural. (El Petronio, como se le llama comúnmente al evento, fue virtual en 2020, en medio de la pandemia, y el año pasado se realizó en un formato reducido).

El festival en sí tiene lugar en un complejo deportivo al aire libre, donde un concurso musical que es una especie de Colombian Idol de la Costa del Pacífico otorgó este año uno de sus mayores premios a la banda La Jagua.

Pero su legendaria fiesta posterior se extiende a las calles de Cali, y este año hubo una aparición especial de Francia Márquez, la primera vicepresidenta afrocolombiana del país, que, recién llegada de una serie de visitas a presidentes sudamericanos, apareció en un balcón, saludando y mandando besos a una multitud que coreaba su nombre.

Después de generaciones en las que los colombianos negros en su mayoría han sido excluidos de las más altas esferas de la política nacional, el reciente ascenso político de Márquez —que nació en la más profunda pobreza y luego se convirtió en abogada y activista medioambiental antes de ganar la vicepresidencia— ha emocionado a muchos votantes.

En el festival, la comida y la bebida afrocolombianas son una parte esencial del ambiente, y el viche es el único alcohol permitido en el evento. Los comerciantes que intentan vender cerveza son escoltados hacia afuera por la seguridad.

El papel predominante del viche en el festival es aún más notable si se tiene en cuenta su historia al margen de la ley.

Pero en 2019, la Corte Constitucional del país dictaminó que una ley que brinda protección a las bebidas ancestrales de las comunidades indígenas debe aplicarse también a las afrocolombianas. Esto allanó el camino para que el Congreso legalizara el viche y lo declarara patrimonio de las comunidades negras del Pacífico colombiano.

El año pasado se concedió al viche el estatus de producto de patrimonio cultural.

Ahora, Solís y otras personas forman parte de un impulso para convencer a los colombianos de más allá del Pacífico de que adopten el viche como emblema cultural de todo el país.

“Perú tiene pisco, México tiene tequila, Escocia tiene whisky”, dijo Manuel Pineda, presidente del capítulo regional de la Asociación de Bares de Colombia. “Nosotros tenemos viche”.

El objetivo, dijo, es llegar a ser global.

“Es muy importante para nosotros respetar esos abuelos que lo trajeron hasta ahora”, dijo. “Pero lo queremos mostrar al mundo. Queremos que el mundo conozca esta historia”.

El ambiente que prevalece en el festival es de exuberancia y orgullo cultural, y los asistentes de todas las razas y orígenes étnicos son bienvenidos.

El viche está por todas partes. En botellas en pequeños puestos. Vertido en vasos de plástico de muestra. Se vende en las neveras de los conciertos. Metido en bolsillos y mochilas. Se reparte entre nuevos amigos. Celebrado en todo un pabellón con más de 50 familias productoras de viche, llamadas vicheras.

En el primer concurso de viche del Petronio, el ganador fue una mezcla de viche, jerez, licor de naranja y albahaca, jugo de limón y hoja de coca.

El licor está en las letras del popular trío de hip-hop ChocQuibTown, que en una noche de sábado de verano llenó una plaza enorme en Cali y abrió su actuación con la canción “Somos Pacífico”, que es tanto una descripción de personalidad pacífica como una definición del origen geográfico. Incluso los policías movían las caderas.

El viche se suele mezclar con hierbas, frutas y especias. Una versión llamada tomaseca tiene notas suntuosas de canela y nuez moscada; otra, el arrechón, cremoso y suave como la fruta borojó, se considera un afrodisíaco. El curao se infunde con hierbas como la menta, la manzanilla o el pipilongo, una planta autóctona de la región.

“Me parece rica una bebida tan cargada de simbolismo, de valores”, dijo Neila Castillo, de 68 años, quien estaba junto al puesto de Solís probando viches con una amiga de la universidad, Marta Espinosa, de 67 años. Metieron en sus bolsos botellas de viche puro de color blanco claro para disfrutarlas más tarde.

En 2008, el viche se convirtió en la bebida oficial del festival cuando los organizadores tomaron la decisión osada de comercializarlo durante el evento como parte de un “ejercicio de sensibilización”, a pesar de que todavía era ilegal, dijo Ana Copete, directora del festival y nieta del músico que lo inspiró. En aquel momento, el viche gozaba de una protección informal en el marco del evento, dijo, y los comerciantes podían vender sus productos sin la interferencia de las autoridades.

El viche representa el único ingreso para muchas familias en la región del Pacífico de Colombia, y en 2018, Copete lanzó un esfuerzo de colaboración con los productores para poner la legalización del viche en la agenda pública.

El grupo pronto consiguió el apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia y de otros responsables políticos que vieron el potencial económico de la bebida.

“Ha sido una lucha mantenerla viva, que la tradición no desaparezca”, dijo Copete. Su presencia destacada en el festival, añadió, “permite que otras personas que no son del Pacífico conozcan esta bebida y conozcan lo que representa, la consuman y así ayuden a las familias vicheras”.

Solís, la productora de viche, creció con la bebida como parte de la vida cotidiana en Buenaventura, una ciudad portuaria del Pacífico a unos 80 kilómetros de Cali. Se tomaba no solamente como bebida espirituosa, sino también como medicina tradicional utilizada para ayudar en el parto, limpiar las heridas, calmar los dolores menstruales y tratar la infertilidad.

Cuando tenía 7 años, su tía le dijo que iba a instruirla en conocimientos locales de más de 300 años de antigüedad. Le tapaba los ojos a la niña con un pañuelo y le enseñaba a identificar las plantas únicamente por su fragancia.

Solís fue una de las primeras vicheras en registrar su empresa, Semillas de Vida, ante la autoridad comercial del país, incluso antes de que fuera declarada “patrimonio cultural inmaterial de la nación”.

Cuando se enteró del registro, lloró, saltó, gritó, abrazó a su hijo y dio gracias a Dios. El sentimiento, dijo, fue indescriptible.

Legalizar y honrar el viche, dijo, “fue una alegría tremenda, porque eso es una lucha de muchos”.

 

Publicado en NYT | by Julie Turkewitz. Investigadora social del Times para latinoamérica

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