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Catar 2022 : El mundial de las controversias

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EP New York | Mundial de Catar

Catar obtuvo la Copa del Mundo que anhelaba

Al final, después de un torneo ensombrecido por la controversia desde que le otorgaron los derechos para ser el anfitrión, Catar tuvo la oportunidad que buscaba: ser el centro de atención mundial.

El pequeño Estado del desierto, una península con forma de pulgar, no ansiaba otra cosa que ser más conocido, que ser un actor en el escenario mundial en el momento de 2009 en que lanzó lo que parecía un intento poco probable de ser la sede de la Copa del Mundo varonil, el evento más popular del deporte en el planeta. Organizar el torneo ha costado más de lo que nadie pudo imaginar: en dinero, en tiempo, en vidas.

Pero la noche del domingo, cuando los fuegos artificiales iluminaron el firmamento en Lusail, cuando los hinchas argentinos cantaron y su astro, Lionel Messi, brilló al aferrarse a un trofeo que esperó toda una vida para alzar, ya todos conocían a Catar.

El desenlace espectacular, una final de ensueño que enfrentó a Argentina contra Francia, un primer título de Copa del Mundo para Messi, el mejor jugador del mundo, un partido palpitante que se definió luego de seis goles y una tanda de penales, se cercioró de que fuera así. Y, como para asegurarse, para ponerle la huella final al primer Mundial en el Medio Oriente, el emir de Catar, Tamim Bin Hamad al Thani, detuvo a un Messi resplandeciente que iba a recoger el mayor reconocimiento del deporte y lo apartó. Había algo más.

Sacó un >bisht< de bordes dorados, esa capa negra que en el Golfo se usa en las ocasiones especiales y la puso en los hombros de Messi antes de entregarle el trofeo de oro de 18 kilates.

La celebración era el fin de una tumultuosa década de un torneo que se adjudicó en un escándalo de sobornos, manchado por denuncias de abuso a los derechos humanos y lesiones contra los trabajadores migrantes contratados para construir una Copa del Mundo que costó 200.000 millones de dólares a Catar y que fue ensombrecida por decisiones polémicas sobre todo tipo de asuntos, desde el alcohol hasta las bandas de los capitanes en el brazo.

Sin embargo, durante un mes, Catar ha sido el centro del universo y ha logrado una hazaña que ninguno de sus vecinos en el mundo árabe ha conseguido, una que en ocasiones parecía impensable en los años desde que Sepp Blatter, el expresidente de la FIFA, hizo el sorprendente anuncio en un salón de conferencias de Zúrich el 2 de diciembre de 2010, cuando dijo que Catar sería la sede de la Copa del Mundo de 2022.

Es poco probable que el deporte vuelva a encontrarse pronto con un anfitrión como este. Catar tal vez haya sido la sede más inadecuada para un torneo de la dimensión de la Copa del Mundo, un país al que le faltaban tantos estadios e infraestructura e historia que su postulación fue clasificada como de “alto riesgo” por los propios evaluadores de la FIFA. Pero aprovechó la materia prima de la que disponía en abundancia para lograrlo: dinero.

Catar, respaldado por un abastecimiento de presupuesto, al parecer sin fondo, para impulsar sus ambiciones, se embarcó en un proyecto que exigía nada menos que la construcción, o reconstrucción, del país entero en aras de un torneo de fútbol que dura un mes. Esos miles de millones de dólares se gastaron dentro sus fronteras: se edificaron siete estadios nuevos, así como otros grandes proyectos de infraestructura con un costo económico y humano inmenso. Pero cuando eso no bastó, también gastó generosamente más allá de sus fronteras, comprando equipos deportivos y derechos de transmisión con valor de miles de millones de dólares y contratando a estrellas deportivas y celebridades que apoyaran su emprendimiento.

Y todo eso se desplegó en Lusail. Para cuando el partido final se jugó en el estadio de Lusail, con valor de mil millones de dólares, Catar no podía perder. El juego se emitía por todo el Medio Oriente en beIN Sports, un gigante de la televisión deportiva que se estableció luego de que Catar aseguró los derechos de organizar la Copa del Mundo. También podía reclamar como suyos a los dos mejores jugadores de la cancha: Messi, de Argentina, y el goleador francés Kylian Mbappé, ambos en la nómina del club francés Paris Saint-Germain, de propiedad catarí.

Mbappé, quien había anotado el primer triplete de una final en medio siglo, acabó el partido sentado en el césped, consolado por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, invitado del emir, mientras los seleccionados de Argentina bailaban y festejaban a su alrededor.

La competencia brindó tramas persuasivas —y a veces inquietantes— desde el inicio, al celebrarse una inauguración intensamente política en el estadio Al Bayt, un estadio enorme diseñado para parecer una tienda beduina. Esa noche, el emir de Catar estuvo sentado junto al príncipe heredero Mohamed bin Salmán, el gobernante de hecho de Arabia Saudita, menos de tres años después de que este último liderada un bloqueo severo contra Catar.

Durante meses se discutieron acuerdos y se hicieron alianzas. El equipo catarí no era de importancia en su debut de Copa del Mundo. Perdería su primer juego y luego iría por dos derrotas más y saldría de la competencia con el peor desempeño de cualquier anfitrión en la historia del torneo.

Habría otros desafíos, algunos de ellos ocasionados por el propio Catar, como la repentina prohibición de vender alcohol en las inmediaciones de los estadios a solo dos días del juego inaugural, una decisión de último minuto que dejó a Budweiser, patrocinador histórico de la FIFA, furiosa en el banquillo.

En el segundo día del torneo, la FIFA aplastó la campaña de un grupo de equipos europeos para llevar una banda que promovería la inclusión, como parte de los esfuerzos prometidos a los grupos de activistas y críticos en sus países de origen, y luego Catar aplastó los esfuerzos de la hinchada iraní para llamar la atención sobre las protestas en su país.

Pero en la cancha, la competencia cumplió. Hubo grandes goles y grandes partidos, derrotas sorprendentes y un exceso de goles que hicieron titulares y crearon nuevos héroes, sobre todo en el mundo árabe.

Primero llegó Arabia Saudita, que ahora puede presumir de haber derrotado al campeón del Mundial en la fase de grupos. Marruecos, que solo una vez antes había alcanzado la fase de eliminación se convirtió en el primer equipo africano en llegar a las semifinales, logrando una sucesión de victorias apenas creíbles por encima de los pesos pesados del fútbol europeo: Bélgica, España y luego el Portugal de Cristiano Ronaldo.

Esos resultados ocasionaron festejos por todo el mundo árabe y en un puñado de grandes capitales europeas, mientras que también le dieron una plataforma a los hinchas en Catar para promover la causa palestina, la única intromisión de la política que las autoridades cataríes no intentaron acallar.

En las gradas, el escenario era peculiar: en varios partidos que parecían poco llenos, los vacíos se llenaban minutos después de la patada inicial, cuando las puertas se abrían para permitir que los espectadores —muchos de ellos, migrantes del sur de Asia— ingresaran sin pagar la entrada. Es probable que nunca se conozca la cantidad precisa de espectadores que pagaron, sus asientos ocupados por miles de los trabajadores y migrantes que construyeron el estadio y el país, y que lo mantuvieron en acción durante la Copa del Mundo.

Fue ese grupo de personas, originario en mayor parte de países como India, Bangladés y Nepal, que fue el rostro más visible de Catar para los casi un millón de visitantes que viajaron a la Copa del Mundo. Fungieron como voluntarios en los estadios, sirvieron la comida y operaron las estaciones de metro, pulieron los pisos de mármol y sacaron brillo a los pasamanos y las manijas de las puertas de la multitud de hoteles y complejos de apartamentos recién construidos.

Para el final del torneo, la mayoría de esos aficionados se habían ido, dejando a los argentinos —una población flotante que se calculaba en 40.000 almas— para servir como entretelón sónico del último día y el último partido. Vestidos con franjas albicelestes, se reunieron en el estadio de Lusail, para crear una atmósfera digna de Mundial —saltando y cantando los 120 minutos del encuentro y mucho después de ello— que ningún dinero catarí podría comprar.

Habían logrado exactamente lo que querían de la Copa del Mundo. Igual que Catar.

Publicado en the New York Times por Tarik Panja

Tariq Panja cubre algunos de los rincones más oscuros de la industria del deporte mundial. También es coautor de “Football’s Secret Trade”, una exposición sobre la industria multimillonaria de comercio de jugadores de fútbol.

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Guardia nacional y policía estatal vigilan metro de N.Y.

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EP New York. | Manhattan | Vigilancia

Por Gustavo Lugo

Kathy Hochul la gobernadora de NEW YORK anunció este miércoles una serie de acciones para combatir el crimen en el metro. está desplegando 750 miembros de la Guardia Nacional de Nueva York y 250 agentes de policía estatales y de la MTA en las estaciones del metro de Nueva York para inspeccionar las maletas de los pasajeros luego de una serie de incidentes violentos en la red de trenes. Entre ellos se encuentra ordenar a la MTA que instale cámaras en las cabinas de los conductores y en las plataformas frente a las ventanas de los operadores de los trenes.

Los ataques recientes al metro incluyen una escena sangrienta en Brooklyn cuando un viajero cortó al conductor de la MTA, Alton Scott, en el cuello mientras el empleado de la MTA, de 59 años, asomaba la cabeza por la ventana del conductor en la estación de Rockaway Ave. en Bedford-Stuyvesant. Durante el último corte no había cámaras en el andén frente a la cabina del revisor.

El miércoles temprano, el alcalde Eric Adams, que no estuvo presente en el anuncio de Hochul, dijo que la policía de Nueva York también intensificará los controles de bolsos en el sistema de metro. Ni el alcalde ni el Ayuntamiento dijeron en qué estaciones se llevarán a cabo los controles de equipaje intensificados. El Ayuntamiento dijo que se desplegarán 94 equipos de inspección de bolsas en 136 estaciones cada semana.

Michael Kemper, en una aparición el miércoles por la mañana con Adams en CBS New York, “Serán una operación que se realizará los siete días de la semana”, dijo el jefe de tránsito de la policía de Nueva York.

Adams  , el alcalde de Nueva York, dijo que los controles serán “aleatorios” y que el Departamento de Policía no realizará ninguna “elaboración de perfiles”. “Las personas que no quieren que se revise su equipaje pueden darse la vuelta y no ingresar al sistema”, agrego.

Hochul también presentó un proyecto de ley para prohibir su uso a las personas condenadas por agresión dentro del sistema de tránsito. Ha ordenado a la MTA que acelere la instalación de cámaras de seguridad en todo el sistema de metro de Nueva York, agregando nuevas cámaras para proteger las cabinas de los conductores,

también está convocando la Nueva Asociación Estratégica contra la Violencia en el Metro para mejorar la coordinación entre el estado, la policía de Nueva York y los fiscales de distrito en materia de seguridad del metro.

Y ampliará la actual Iniciativa de Alcance del Metro.

“Mi plan de cinco puntos eliminará a nuestros subterráneos de delincuentes violentos y protegerá a todos los viajeros y trabajadores del transporte”, dijo Hochul en un comunicado. “Estoy enviando un mensaje a todos los neoyorquinos: no dejaré de trabajar para mantenerlos seguros y restaurar su tranquilidad cada vez que pasen por esos torniquetes”.

Ha habido al menos 97 asaltos al metro en 2023, y este año hubo tres asesinatos en el metro de la ciudad.

 

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Agencias

Nuevo chantaje nuclear de Putin alerta a occidente

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EP New York | Rusia vs Ucrania

Entre el ajedrez y el chantaje: las nuevas amenazas nucleares de Vladimir Putin

El líder de Rusia sabe que sus oponentes, liderados por el presidente Joe Biden, son los que más temen una escalada del conflicto.

El presidente Vladimir Putin ha amenazado con recurrir al arsenal de armas nucleares de Rusia en tres ocasiones durante los últimos dos años: una vez al comienzo de la guerra contra Ucrania hace dos años, otra cuando estaba perdiendo terreno y de nuevo el jueves, cuando percibe que está mermando las defensas de Ucrania y la determinación estadounidense.

En todos los casos, la beligerancia ha servido para el mismo propósito. Putin sabe que sus oponentes, liderados por el presidente Joe Biden, son los que más temen una escalada del conflicto. Incluso las bravatas nucleares sirven para recordarles a sus numerosos adversarios sobre los riesgos de presionarlo demasiado.

Pero el discurso, equivalente al Estado de la Unión de EE. UU., que Putin pronunció el jueves también contenía algunos elementos nuevos. No solo señaló que redoblaba su “operación militar especial” en Ucrania. También dejó claro que no tenía intención de renegociar el último gran tratado de control de armamentos en vigor con Estados Unidos —que expira en menos de dos años—, a menos que el nuevo acuerdo decida el destino de Ucrania, presumiblemente con gran parte del mismo en manos de Rusia.

Algunos lo llamarían ajedrez nuclear, otros chantaje nuclear. En la insistencia de Putin acerca de que los controles nucleares, y la existencia continuada del Estado ucraniano deben decidirse de manera conjunta, está implícita la amenaza de que el líder ruso estaría encantado de dejar expirar todos los límites actuales sobre las armas estratégicas desplegadas. Eso lo liberaría para usar tantas armas nucleares como quisiera.

Y aunque Putin dijo que no tenía interés en emprender otra carrera armamentística, algo que contribuyó a la bancarrota de la Unión Soviética, la implicación era que Estados Unidos y Rusia, que ya se encuentran en un constante estado de confrontación, volverían a la peor competencia de la Guerra Fría.

“Estamos tratando con un Estado —dijo, refiriéndose a Estados Unidos— cuyos círculos dirigentes están emprendiendo acciones abiertamente hostiles contra nosotros. ¿Y qué?”.

“¿Van a discutir seriamente con nosotros temas de estabilidad estratégica”, añadió, utilizando el término para referirse a los acuerdos sobre controles nucleares, “mientras que al mismo tiempo intentan infligir, como ellos mismos dicen, una ‘derrota estratégica’ a Rusia en el campo de batalla?”.

Con esos comentarios, Putin subrayó uno de los aspectos distintivos y más inquietantes de la guerra en Ucrania. Una y otra vez, sus altos mandos militares y estrategas han hablado del uso de armas nucleares como el próximo paso lógico si sus fuerzas convencionales resultan insuficientes en el campo de batalla, o si necesitan ahuyentar una intervención occidental.

Esa estrategia es coherente con la doctrina militar rusa. Y en los primeros días de la guerra en Ucrania, asustó claramente al gobierno de Joe Biden y a los aliados de la OTAN en Europa, quienes dudaron en proporcionar misiles de largo alcance, tanques y aviones de combate a Ucrania por temor a que esto desencadenara una respuesta nuclear o hiciera que Rusia atacara más allá de las fronteras de Ucrania, en territorio de la OTAN.

En octubre de 2022, surgió un segundo aspecto sobre el posible uso de armas nucleares por parte de Rusia, no solo por las declaraciones de Putin, sino por informes de los servicios de inteligencia estadounidenses que sugerían que podrían utilizarse armas nucleares en el campo de batalla contra bases militares ucranianas. Tras unas semanas de tensión, la crisis disminuyó.

En el año y medio transcurrido desde entonces, Biden y sus aliados han ido confiando cada vez más en que, a pesar de todas las fanfarronadas de Putin, no quería enfrentarse a la OTAN y sus fuerzas. Pero cada vez que el dirigente ruso invoca sus poderes nucleares, se desencadena una oleada de temor de que, si se le lleva demasiado lejos, podría demostrar su voluntad de hacer estallar un arma, tal vez en un lugar remoto, para hacer retroceder a sus adversarios.

“En este entorno, Putin podría volver a agitar el sable nuclear, y sería una tontería descartar por completo los riesgos de escalada”, escribió recientemente en Foreign Affairs William J. Burns, director de la CIA y exembajador de EE. UU. en Rusia cuando Putin asumió inicialmente el cargo. “Pero sería igualmente insensato dejarse intimidar innecesariamente por ellos”.

En su discurso, Putin presentó a Rusia como el Estado agredido y no como el agresor. “Ellos mismos eligen los objetivos para atacar nuestro territorio”, dijo. “Empezaron a hablar de la posibilidad de enviar contingentes militares de la OTAN a Ucrania”.

Esa posibilidad fue planteada por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, esta semana. Mientras la mayoría de los aliados de la OTAN hablan de ayudar a Ucrania a defenderse, dijo, “la derrota de Rusia es indispensable para la seguridad y la estabilidad de Europa”. Pero la posibilidad de enviar soldados a Ucrania fue descartada de inmediato por Estados Unidos, Alemania y otros países (Macron le hizo el juego a Putin, según algunos analistas, al exponer las divisiones entre los aliados).

Sin embargo, Putin puede haber intuido que era un momento especialmente propicio para sondear cuán profundos eran los temores de Occidente. La reciente declaración del expresidente Donald Trump de que Rusia podía hacer “lo que le diera la gana” a un país de la OTAN que no contribuyera con los recursos necesarios para la defensa colectiva de la alianza, y de que él no respondería, se hizo sentir profundamente en toda Europa. También lo ha hecho la negativa del Congreso, hasta ahora, para proporcionar más armas a Ucrania.

Es posible que el dirigente ruso también estuviera respondiendo a las especulaciones de que Estados Unidos, preocupado porque Ucrania parece encaminada a la derrota, podría proporcionar misiles de mayor alcance a Kiev o confiscar los 300.000 millones de dólares de activos rusos congelados desde hace tiempo que ahora se encuentran en bancos occidentales y entregárselos al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que compre más armas.

Cualquiera que haya sido el detonante, el mensaje de Putin fue claro: considera la victoria en Ucrania como una lucha existencial, fundamental para su gran plan de restaurar la gloria de los días en que Pedro el Grande gobernó en el apogeo del Imperio ruso. Y cuando una lucha se considera una guerra de supervivencia y no una guerra de elección, el salto a discutir el uso de armas nucleares es pequeño.

Su apuesta es que Estados Unidos se dirige en la otra dirección, volviéndose más aislacionista, más reacio a enfrentarse a las amenazas de Rusia y, desde luego, sin mostrar interés frente a las amenazas nucleares rusas como hicieron los presidentes John F. Kennedy en 1962 o Ronald Reagan en los últimos días de la Unión Soviética.

El hecho de que los actuales dirigentes republicanos, que habían suministrado armas a Ucrania con entusiasmo durante el primer año y medio de guerra, hayan atendido ahora los llamados de Trump para cortar ese flujo puede ser la mejor noticia que Putin ha recibido en dos años.

“Cada vez que los rusos recurren a la beligerancia nuclear, es señal de que reconocen que aún no tienen la capacidad militar convencional que creían tener”, declaró el jueves en una entrevista Ernest J. Moniz, ex secretario de Energía del gobierno de Obama y actual director ejecutivo de la Iniciativa contra la Amenaza Nuclear, una organización que trabaja para reducir las amenazas nucleares y biológicas.

“Pero eso significa que su postura nuclear es algo en lo que confían cada vez más”, dijo. Y “eso amplifica el riesgo”.


Publicado en NYT por David E. Sanger periodista del Times durante más de cuatro décadas

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Agencias

Yulia Navalnaya continuará con legado político de Navalny

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EP New York | enfoque mundial

Yulia Navalnaya incursiona en política para preservar el legado de Navalny

La esposa de Alexéi Navalny había evitado la atención mediática, pero la muerte del líder opositor más famoso de Rusia puede hacer que eso sea imposible. “No tengo derecho a rendirme”, dijo.

Era agosto de 2020, Yulia Navalnaya, la esposa del líder opositor más famoso de Rusia, daba grandes zancadas por los pasillos desgastados y sombríos de un hospital provincial ruso en busca de la habitación donde su esposo yacía en coma.

Alexéi Navalny había colapsado tras recibir lo que investigadores médicos alemanes después declararían como una dosis casi fatal de la neurotoxina novichok, y su esposa, a quien policías amenazantes le impedían moverse por el hospital, volteó hacia la cámara de un celular que tenía un integrante de su equipo.

Con voz tranquila en un momento impactante que luego se incluyó en >Navalny< un documental ganador del premio Oscar, Navalnaya dijo: “Exigimos la liberación inmediata de Alexéi, porque en este instante en este hospital hay más policías y agentes del gobierno que médicos”.

Hubo otro suceso similar el lunes, cuando bajo circunstancias incluso más trágicas, Navalnaya habló ante una cámara tres días después de que el gobierno ruso anunció que su marido falleció en una brutal colonia penal de máxima seguridad en el Ártico. Su viuda culpó al presidente Vladimir Putin por la muerte y anunció que ella asumiría la causa de su esposo y exhortó a los rusos a unírsele.

En un discurso breve y pregrabado que fue publicado en redes sociales, Navalnaya dijo: “Al matar a Alexéi, Putin mató a mi mitad, la mitad de mi corazón y la mitad de mi alma. Pero me queda otra mitad y esta me dice que no tengo derecho a rendirme”.

Durante más de dos décadas, Navalnaya había evitado asumir cualquier papel político en público porque alegaba que su propósito en la vida era apoyar a su esposo y proteger a sus dos hijos. “Considero que mi labor es que nada cambie en nuestra familia, que los niños sean niños y el hogar sea un hogar”, dijo Navalnaya a la edición rusa de la revista Harper’s Bazaar en 2021, una de las pocas entrevistas que ha concedido.

Pero eso cambió el lunes.

Navalnaya enfrenta el gran reto de intentar que vuelva a funcionar el desmotivado movimiento de oposición desde el extranjero, ya que cientos de miles de sus simpatizantes han sido obligados a exiliarse por un Kremlin cada vez más represivo que ha respondido a cualquier crítica a su invasión a Ucrania, que inició hace dos años, con duras sentencias de cárcel. El movimiento político y la fundación de su esposo, que expusieron la corrupción en las altas esferas del poder, fueron declaradas como organizaciones extremistas en 2021 y se les prohibió operar en Rusia.

Aunque no desestiman las dificultades, sus amigos y asociados creen que Navalnaya, de 47 años, tiene una oportunidad de éxito gracias a lo que llaman su combinación de inteligencia, porte, determinación férrea, resiliencia, pragmatismo y carisma.

Su presencia es algo inusual en Rusia: una mujer destacada en un país donde las mujeres reconocidas en la política son poco comunes, a pesar de sus muchos logros en otros campos. Analistas afirman que, aparte de la amplia autoridad moral que ha adquirido tras la muerte de su marido, Navalnaya podría beneficiarse de una brecha generacional en Rusia, donde los rusos más jóvenes y postsoviéticos aceptan más la equidad de género.

Tan pronto como Navalnaya hizo su declaración el lunes, la maquinaria propagandística estatal rusa se puso en acción, por lo que trató de presentarla como una herramienta de las agencias de inteligencia de Occidente y alguien que frecuentaba complejos turísticos y fiestas de celebridades.

Navalnaya nació en Moscú en una familia de clase media; su madre trabajaba para un ministerio gubernamental y su padre era empleado de un instituto de investigación. Sus padres se divorciaron al poco tiempo y su padre murió cuando ella tenía 18 años. Navalnaya se graduó en Relaciones Internacionales y después trabajó brevemente en un banco antes de conocer a Navalny en 1998 y casarse con él en 2000. Ambos eran cristianos ortodoxos rusos.

Una hija, Daria, que ahora estudia en California, nació en 2001, y un hijo, Zakhar, nació en 2008, quien asiste a la escuela en Alemania, donde vive Navalnaya.

Aunque no era abiertamente política, Navalnaya siempre estuvo al lado de su esposo. Lo acompañó en manifestaciones y durante sus numerosos procesos judiciales y sentencias de prisión. Navalnaya estaba con él durante su campaña para alcalde de Moscú en 2013, y en 2017, cuando un ataque con un tinte químico verde casi lo deja ciego de un ojo.

En 2020, cuando Navalny fue envenenado, Navalnaya le exigió de manera pública a Putin que su marido fuera evacuado en ambulancia aérea a Alemania y, durante sus 18 días en coma, ella permaneció a su lado, habló con él y reprodujo sus canciones favoritas como “Perfect Day” de Duran Duran. Tras recuperar el conocimiento, Navalny escribió en redes sociales: “Yulia, me salvaste”.

Navalnaya sobrevivió un intento de envenenamiento en Kaliningrado un par de meses antes que seguramente estaba dirigido a él, dijeron sus amigos, pero ella no siguió pensando en eso.

Navalnaya ha sido comparada con otras mujeres que han continuado las batallas políticas de sus maridos asesinados o encarcelados. Entre ellas se encuentran Corazón Aquino, cuyo esposo fue asesinado en 1983, cuando bajaba de un avión en Filipinas al regresar de su exilio; luego, derrotó al entonces presidente Ferdinand Marcos. También está Sviatlana Tsikhanouskaya, quien lideró la oposición en las elecciones presidenciales de 2020 en Bielorrusia, país vecino de Rusia, después de que su marido fuera encarcelado. Ella misma se vio obligada al exilio.

Al final, los analistas indican que una “persona normal” con autoridad moral podría tener éxito donde alguien dedicado a la política no podría.

“Ella quiere terminar la tarea que Alexéi trágicamente dejó incompleta: hacer que Rusia sea un país libre, democrático, pacífico y próspero”, dijo Sergei Guriev, un amigo de la familia y un destacado economista ruso que es director académico del Instituto de Estudios Políticos de París. “Ella también va a demostrarle a Putin que eliminar a Alexéi no acabará con su causa”.

Publicado en New York Times

 

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