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Como enterder la “justicia premial” para los delincuentes

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Ser mayor en edad no implica necesaria e indispensablemente aparecer como intransigente. Las distintas terquedades de la vida son apenas ingredientes superables de lo que finalmente somos.

Ya entendí, señores: hay justicia

Por Gabriel Ángel Ardila

Entender esto de la justicia premial para los delincuentes o la exaltación del sapo, como mecanismo para hallar a más culpables, es uno de esos trances.

Los beneficios que al depuesto fiscal anticorrupción otorga el sistema por delatar a sus cómplices en las innumerables torceduras a la ley y al sistema de justicia, ponen sobre la mesa ese ingrediente de la comprensión.

Sobre todo el pueblo colombiano está definido en su mansedumbre y capacidad de comprensión, con tantos episodios violentos como han tocado en historias recientes y remotas. Comprendemos todos que es necesario “estimular” la larga lengua de los sapos, para que permitan atrapar a las moscas y a los grillos y a los tábanos que han y seguirán perturbando por ahí. Bípedos y cuadrúpedos asaltan ese ánimo y lo ponen a prueba. Y se premia.

Que haya engañado a las máquinas detectoras de mentiras para su admisión en el cargo que le daba tan altos privilegios, habla mucho de las capacidades de ese delincuente “natural”. Pero choca contra ese reconocimiento, la enormidad de lo cándido que apareció el personaje aceptando una oferta monetaria, como la trampa que lo hizo caer. Y ahora se le escucha no en calidad de reo, delincuente confeso, sino como testigo de otros casos en donde él negoció la justicia.

Hasta un parlamentario Andrade, llega a escena, presunto negociador de acciones de la justicia para ocultar acciones que pueden constituir delito. Y el senador que fue confrontado públicamente y en los estrados judiciales por pedir privilegios legales. Produce orgullo esa justicia que premia a los perversos para dilucidar lo aparentemente indescifrable: que en todos los años de corrupción de estos que no aparecieron ayer, sino que llevan ahí 20, 30 o más de 40 años haciendo de las suyas, construyendo su sistema privado de enriquecimiento ilícito con los activos de la justicia, informaciones privilegiadas y capacidad de influir decisiones para poner en prisión o dejar libre a quien delinque.

Todo eso causa una verdadera sabrosura a tanto viejo espectador de eso y se esperaría que el divertimento no fuera la vida real, sino una comedia o acaso apenas una telenovela. De principio a fin, pareciera ser un librero escrito por un mismo espíritu traviesamente perverso.

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