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Enfoque Mundial

ENTREVISTA A JUAN CARLOS BLANCO, EL CANCILLER EN LA TORMENTA

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MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES DE URUGUAY DURANTE EL GOBIERNO DEL PRESIDENTE JUAN MARÍA BORDABERRY

por Ricardo Angoso

rangoso@iniciativaradical.org

 Juan Carlos Blanco fue el canciller del presidente Juan María Bordaberry durante lo que se conoció como el período cívico-militar que dio paso después a la dictadura militar (1973-1985). Blanco tuvo el dudoso honor de ser uno de los pocos civiles procesados, juzgados y condenados por hechos ocurrido en esa época, junto con el mismo Bordaberry, y en la actualidad cumple una condena de veinte años por un delito de desaparición que niega.

TITULARES:

“Bordaberry, pese a lo que se ha dicho, siempre trató de defender la legalidad de la autoridad civil frente a los militares”;

“Una gran responsabilidad de lo que aquí ocurrió la tienen los Tupamaros que, una vez fracasados en las urnas, llegaron a decir que “por aquí, por las urnas, no va la cosa”;

“Yo siempre fui muy claro y mantuve una línea de defensa de la constitucionalidad y de las instituciones representativas”;

“Guardo la esperanza de que algún día otra generación reflexione sobre todo lo que ocurrió en Uruguay y lo que hicieron con nosotros. Y se preguntará:¿qué fue lo que pasó en ese momento? Y se comprobarán las tropelías que se cometieron con nosotros”;

“Mi vida hasta el 15 de noviembre de 2035 es estar aquí, en la cárcel. Tengo 80 años y eso significa que me han condenado de por vida”;

“Se han vulnerado los acuerdos iniciales que teníamos en la transición democrática. El origen de estos procesos viene de no haber buscado la concordia y la tradición clásica de Uruguay”.

Ricardo Angoso:¿Fue usted el primer procesado en Uruguay por asuntos o delitos relativos a la dictadura militar?

Juan Carlos Blanco: Si, así fue. Pero no quiero hacer declaraciones y menos públicas, si puedo ayudarle en su trabajo, lo hago, pero sin publicaciones, ni mucho menos.

R.A.:¿Cómo llegó a la Cancillería de Uruguay en 1972?

J.C.B.:Me remito a lo que cuento en libro. Estuve trabajando en la Organización de Estados Americanos (OEA) y fui llamando por el presidente constitucional Jorge Pacheco Areco para trabajar en la cancillería uruguaya. Luego, en noviembre de 1972, el presidente Juan María Bordaberry me nombra canciller a los 36 años, en un hecho sin precedentes en la historia de Uruguay. Yo era un funcionario y llegue de una forma accidental al gobierno, nada de participar en golpes de Estado u otras historias.

R.A.:Realmente, ¿fue Bordaberry el artífice del golpe de Estado llevado a cabo por los militares?

J.C.B.: No, nada de eso. El gobierno constitucional de 1971 de Pacheco ya había encomendado antes a las Fuerzas Armadas luchar contra la subversión, considerando que para derrotarla era necesario emplear todos los medios. Entonces, cuando Bordaberry llega al poder ya estaban las Fuerzas Armadas tomando partido en la lucha contra el terrorismo. El gobierno legal llamó a las Fuerzas Armadas para que lucharan junto con la policía en la lucha contra el terrorismo; más adelante, los militares consideraron que se debían de hacer algunos cambios en las Leyes para luchar más efectivamente contra la subversión.

R.A.:¿También hubo problemas entre Bordaberry y los militares?

J.C.B.:Siempre hubo problemas. Se dice que Bordaberry llamaba  a los militares para dar un golpe de Estado y fue todo lo contrario. Los imitares trataban de ir ocupando espacios sobre los civiles y Bordaberry trataba de proteger estos espacios e instituciones. Bordaberry, pese a lo que se ha dicho, siempre trató de defender la legalidad de la autoridad civil frente a los militares. Se dieron situación de tensión, como era lógico. Nadie quería que los militares se hicieran totalmente con el poder.

R.A.:¿Más tarde se produjo la salida del gobierno de Bordaberry?

J.C.B.:Fue en el año 1976. Ese año tenía que haber habido elecciones. Bordaberry, entonces, disolvió el parlamento y aseguró que entregaría el gobierno al ciudadano que fuera electo para el cargo de presidente de la República. Tenía la idea y la voluntad de convocar elecciones. Luego Bordaberry presentó una propuesta para crear un régimen de corte corporativista, en lo que yo no estaba de acuerdo, y hubo un choque con algunos sectores. Así se llegó a una situación en la que se produjo la anomalía de que la institucionalidad no se respetó ni tampoco hubo elecciones. Llegados a ese punto, y en un momento de protagonismo de los militares, yo decidí renunciar y abandonar el cargo.

R.A.:¿Y que hizo desde 1976 hasta 1985, en que abandonan los militares el poder?

J.C.B.:No tuve responsabilidades políticas, aunque ocupe los últimos tres años un cargo en las Naciones Unidas para acompañar a la transición democrática y darle una visibilidad. Estuve en ese periodo pero no en posición de gobierno, sino como diplomático.

R.A.:¿Más tarde fue senador?

J.C.B.:Eso fue posteriormente, cuando se recuperó la normalidad y las instituciones recuperaron todo su vigor. Fui electo en las elecciones de 1990 y hasta el año 1995 ocupé esa responsabilidad.

R.A.:¿Cómo se volvieron abrir estas heridas que parecían dormidas en la historia de Uruguay, cómo fue que le procesaron?

J.C.B.:Sin lugar a dudas, fue un hecho sorprendente y contrario a lo que había sido la tradición uruguaya hasta nuestros tiempos. Nunca en nuestra historia se había llegado a este estado de cosas. Aquí nunca hubo ni vencidos ni vencedores, siempre se apeló a la concordia y a la reconciliación. Y hubo clemencia siempre para los vencidos.

R.A.:¿Y qué argumentaron en su contra para procesarle?

J.C.B.:En las dos causas que me llevaron a la condena, sin pruebas de ningún tipo, fueron asuntos de índole internacional. El primer caso fue una persona que se asiló en la embajada de Venezuela y fue secuestrada por agentes no identificados que después la hicieron desaparecer. Nunca se conoció quién la secuestro. Luego también se me acusó del asesinato de cuatro uruguayos en Buenos Aires. Nunca tuve ninguna conexión ni relación con esos delitos. Ni siquiera se llegó a demostrar mi responsabilidad en los mismos. Me acusan de haber sido coautor de estos crímenes. ¡Pero ni siquiera nadie habló de estos asuntos cuando yo estaba en la Cancillería! No tuve participación en ninguno de estos asuntos ni tome parte en actos represivos, ya que no era mi misión ni función. Ni remotamente tuve alguna relación con esos actos.

R.A.:¿Y había testigos en su contra?

J.C.B.:No hay testigos ni documentos, realmente no hay nada de nada que pueda avalar esta condena que sufro injustamente. Ya le he dicho que ni remotamente tuve alguna relación con ese asunto. Ni siquiera los militares nos consultaban acerca de esos asuntos, actuaban con total autonomía. Si lo hicieron, nadie me consultó ni me dijo nada en su momento.

R.A.:¿Su relación con Bordaberry fue buena?

J.C.B.:Luego que abandoné la Cancillería tuve menos relación con él. Estaba muy desencantado por el curso que habían tomado las cosas y por la forma en que los militares se habían entrometido en la vida del país. Buscó un modus vivendi con los militares en unas circunstancias difíciles. Pero, en mi caso, yo siempre fui muy claro y mantuve una línea de defensa de la constitucionalidad y de las instituciones representativas. Bordaberry, todo hay que decirlo, siempre me apoyó y me dejó que me desempeñara en mis funciones y atribuciones.

R.A.:¿Bordaberry también fue procesado?

J.C.B.:Bordaberry fue acusado de varios delitos, entre ellos el mismo del que yo fui acusado como coautor. Se trata de los cuatro crímenes de Buenos Aires a los que antes me referí. Pero también le acusaron de otras violaciones de Derechos Humanos. Se confundió, en estos casos, la responsabilidad política con la penal. Es un error que por responsabilidades políticas sean juzgados los responsables de ese periodo.

R.A.:¿Habló con Bordaberry cuando estuvo encarcelado?

J.C.B.:No, nunca traté con él. Creo que nos encontramos en algún juzgado por estos asuntos, pero nada más. Incluso yo estaba preso y él estaba en la casa arrestado. Tuvimos una relación normal, pero no tuvimos muchas ocasiones de volver a hablar.

R.A.:¿Y cómo puede evolucionar su causa, tiene esperanzas de salir?

J.C.B.:He agotado todas las vías, no hay esperanzas. Mi vida hasta el 15 de noviembre de 2035 es estar aquí, en la cárcel. Tengo 80 años y eso significa que me han condenado de por vida. Formalmente, me han condenado de por vida. No se respeta nada, ni las reglas básicas jurídicas. Han hecho la excepción para que incluso en un caso como el mío no me pueda beneficiar de la edad.

R.A.:¿No esperó alguna medida de gracia del presidente José Mujica, que había sido guerrillero y participado en la lucha armada?

J.C.B.:Mujica había dicho antes de llegar al gobierno que no quería que los viejos estuvieran presos pero luego se desdijo y no se concretó nada. Y aquí estamos, todavía presos y sin esperanza. No olvidemos que Mujica pertenecía a los Tupamaros y fueron ellos los que iniciaron el conflicto en Uruguay, cuando atacaron el orden constitucional y a un gobierno democrático.

Los Tupamaros arrancan con sus actividades terroristas en 1963, en pleno gobierno democrático. Teníamos un gobierno democrático votado por más del 90% de los ciudadanos. Eramos un país libre, con todas las libertades y derechos, y sin presos políticos. Ese es el contexto en que vivíamos y en el que los Tupamaros actúan. Uruguay no era una dictadura, entonces, y algunos prefirieron utilizar la vía armada para llegar al poder que las vías políticas. Aquí, además, no se dio la represión que se dio en otros lugares, como la Argentina y Chile.

Se creó una comisión de la verdad y la paz para determinar que había ocurrido con la represión y determinó que tan solo había habido en la dictadura 28 desaparecidos. Uno es terrible, pero no se llegó a la represión de otras partes. Solo uno es censurable, pero no es la magnitud de otros países. En doce años de dictadura militar solo hay 28 muertos, no es un genocidio, eso está claro. Seamos objetivos y veamos eso en perspectiva. En Uruguay ni hubo ni genocidio ni exterminio. No se puede comparar con lo que ocurrió en Argentina, donde hubo miles de muertos.

R.A.: ¿Considera como algunos que con ustedes ha habido una justicia asimétrica?

J.C.B.:Se han vulnerado los acuerdos iniciales que teníamos en la transición democrática. El origen de estos procesos viene de no haber buscado la concordia y la tradición clásica de Uruguay. Yo ya he terminado todos mis recursos y no veo salida. Pese a todo lo que han hecho, yo perdono, incluso a los que me han condenado y buscado la venganza. Creo que algún día llegará alguien y ponga fin a esta situación, alguien que en el futuro se pregunte por qué fuimos condenados. Yo busco la paz y la concordia, ofrezco mi mano y el perdón, que son patrimonio de todos los uruguayos. Luego, como católico, no le guardo rencor a nadie y nos les guardo rencor a mis enemigos.

Me han dado muy duro y me atribuyeron un poder que nunca tuve. Yo abandoné en 1976 y durante diez años no tuve ningún poder ni actividad. Me tengo que reír ante esta situación, no he querido perder el sentido del humor. Nunca he sido una persona agresiva ni violenta, es una paradoja, algo irreal, que yo esté pasando por esta situación. Estoy preso sin pruebas ni fundamentos.

El comienzo de este proceso fue muy difícil. Realicé mi defensa, pero fue inútil y nadie me escuchó. En algún momento alguien se preguntará algo y quizá ya no estemos aquí para luchar por nuestra inocencia; la mayor parte de mis amigos ya están muertos y yo ya tengo muchos años. La mayor parte de los actores de ese periodo han muerto. Pero guardo la esperanza de que algún día otra generación reflexione sobre todo lo que ocurrió en Uruguay y lo que hicieron con nosotros. Y se preguntará:¿qué fue lo que pasó en ese momento? Y se comprobarán las tropelías que se cometieron con nosotros.

Yo no tuve mando ni autoridad para cometer esos crímenes, pero incluso voy más allá y le aseguró que desde el gobierno no se dieron esas órdenes para cometer esos crímenes de los que nos acusan. No creo que ni Bordaberry diera esas órdenes a nadie. Hubo víctimas lamentables en una situación de violencia que se produjo por la irrupción del terrorismo en la vida política de Uruguay. Creo que la intervención de los militares tenía que haber durado menos tiempo, pero sin perder de vista que cuando los soldados salen a la calle a patrullar y restaurar el orden, la gente aplaudía y veía con satisfacción esa intervención. Una gran responsabilidad de lo que aquí ocurrió la tienen los Tupamaros que, una vez fracasados en las urnas, llegaron a decir que “por aquí, por las urnas, no va la cosa”. No sacaron ni un solo diputado y apelaron a las armas para tomar el poder.

R.A.:¿No le permiten salir ni un día al mes?

J.C.B.:Alguna vez, unas horas al mes. Pero hay que tomarse este asunto con mucha paciencia. Gracias a Dios soy una persona religiosa y tengo fe en que algún día todo pasará. También mi familia me apoya mucho y viene a visitarme con frecuencia. No me quiero dejar ganar por el odio. Uruguay nunca fue un país de odio, que es un valor incalculable. No somos un país de gente violenta o que odie. Nuestra moderación es una realidad. Estoy bien y apelo a la paciencia. Me han tratado como un monstruo y me hace gracia. Incluso uno de los crímenes de los que se me acusan era uno de mis mejores amigos, cómo puede ser posible. Dicen que soy coautor del asesinato de un amigo y claro que no es cierto.

Yo sufro por mi familia, que quizá se ha llevado la peor parte en esta historia, pero yo me encuentro tranquilo porque sé que soy inocente. Fuerza y paciencia son las dos claves a las que he apelado para sobrevivir en estas circunstancias tan adversas. Incluso charló y he tenido amigos carceleros, veo todo este estado de casos como algo surrealista. Llevo nueve años presos y ya me he familiarizado con la cárcel. Solo lo siento por mi familia, que padece estas circunstancias. Mis amigos ya han muerto. Lo que sientes aquí es que algunos que quizá deberían haber venido a verte no vinieron, mientras que te sorprende que, por ejemplo, te venga a ver un policía que te conoció en la cárcel cuando te vigilaba.

TEXTOS DEL LIBRO “EL CANCILLER EN LA TORMENTA”

“…he sido objeto de reiteradas denuncias y procedimientos en los que nunca hubo una sola prueba concreta que apoyara las acusaciones.
Durante un lapso de veintidós años he sido hostilizado sin tregua, moviéndose en mi contra todos los resortes del Estado más la consiguiente repercusión en los medios de comunicación. Mientras en los miles y miles de fojas de actuaciones en los tres Poderes y en las comisiones relacionadas con derechos humanos nada me involucra en ningún hecho criminal…”

“…Es la culminación de la ola de la izquierda cambiando la historia, la marea de la historia recientes incidiendo sobre la política del presente…”

“…mi prisión es mostrada como prueba de que hay una nueva actitud con respecto a los Derechos Humanos y los excesos de la dictadura son castigados. El hecho de que yo sea inocente es, a esos efectos, un detalle menor… A la manera de los sacrificios bárbaros, mi prisión sirve en alguna forma para aplacar en el terreno político a las fieras, dándoles algo, o alguien, para devorar…”

“…Sé sin asomo de duda que mi participación en ese tiempo turbado fue con la intención indeclinable de perseverar todo los posible de un Uruguay que se debatía en un conflicto sin precedentes y de encontrar en medio de la tormenta los caminos que nos llevaran hacia adelante conforme a nuestras tradiciones…”

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Agencias

Barco de carga se estrella contra un importante puente en Baltimore

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EP New York | Baltimore

Barco de carga se estrella contra un importante puente en Baltimore

BALTIMORE, Maryland, EE.UU. — Un barco de carga perdió potencia y se estrelló contra un importante puente en Baltimore la madrugada del martes, lo que hizo que la infraestructura se partiera y cayera al agua. Varios vehículos se precipitaron a las frías aguas del río y los rescatistas buscaban al menos a seis personas.

Los operadores del buque emitieron una llamada de socorro momentos antes del accidente que derribó el Puente Francis Scott Key, lo que permitió a las autoridades limitar el tráfico de vehículos en el tramo, dijo el gobernador de Maryland.

El barco se estrelló contra uno de los soportes del puente, provocando que la estructura se rompiera como un juguete. Cayó al agua en cuestión de segundos, un espectáculo impactante que fue capturado en video y publicado en las redes sociales. El barco se incendió y de él salió un humo denso y negro.

El accidente ocurrió mucho antes de la ajetreada hora pico de la mañana. Dos personas fueron rescatadas y las autoridades buscaban a seis más. Se cree que todos estaban trabajando en el puente cuando se derrumbó.

“Jamás me imaginé que vería ver, verlo físicamente, al Puente Key derrumbarse así. Pareció algo salido de una película de acción”, expresó el alcalde de Baltimore, Brandon Scott, calificándolo de “una tragedia inimaginable”.

Las autoridades dijeron que una cuadrilla de trabajadores de tamaño desconocido estaba laborando en el puente en ese momento y que el sonar detectó vehículos en las aguas, que tienen allí una profundidad de 15 metros (50 pies). La temperatura en el río era de unos 8 grados Celsius (47 Fahrenheit) en la madrugada del martes, según una boya que recopila datos para la Administración Oceánica y Atmosférica.

Poco antes, Kevin Cartwright, director de comunicaciones del Departamento de Bomberos de Baltimore, dijo a The Associated Press que había varios vehículos en el puente en ese momento, incluyendo del tamaño de un camión con remolque. El derrumbe ocurrió en la madrugada, antes de la hora pico matutina cuando miles de vehículos suelen usar ese puente.

Synergy Marine Group —la empresa propietaria y administradora de la embarcación, llamada “Dalí”— confirmó que el carguero chocó contra un pilar del puente alrededor de las 1:30 de la madrugada mientras estaba bajo el control de uno o más pilotos, que son especialistas locales que ayudan a navegar embarcaciones y adentrarlas en los puertos. Añadió que la tripulación, incluyendo los capitanes, estaban localizados y no se reportaron heridos. El buque es propiedad de Grace Ocean Private Ltd.

A medida que salía el sol, se empezaron a ver trozos del puente en el agua. La rampa de ingreso al puente terminaba abruptamente en el punto donde antes comenzaba la transversal.

Cartwright dijo que al parecer quedaron unos algunos contenedores de carga guindando del puente, que se extiende sobre el río Patapsco a la entrada de un puerto muy transitado. El río desemboca al puerto de Baltimore, un importante centro de mercancías en la costa este norteamericana. El puente inaugurado en 1977 y bautizado con el nombre del compositor del himno nacional estadounidense, “The Star-Spangled Banner”.

El secretario de Transporte de Maryland, Paul Wiedefeld, dijo que todo el tráfico marítimo hacia o desde el puerto sería suspendido hasta nuevo aviso, aunque se permitiría la entrada de camiones. El FBI estaba en el lugar, pero se dijo que no había información creíble que sugiriera terrorismo. También se estaba informando al presidente Joe Biden.

El gobernador de Maryland, Wes Moore, declaró el estado de emergencia y dijo que estaba trabajando para movilizar a las fuerzas federales.

El Dalí iba de Baltimore a Colombo, Sri Lanka, bajo bandera de Singapur, según data de Marine Traffic. El buque contenedor tiene unos 300 metros (985 pies) de largo y unos 48 metros (157 pies) de ancho, según ese website.

La empresa naviera danesa Maersk dijo que había fletado la nave, que llevaba la carga de sus clientes. No había a bordo ningún tripulante de Maersk. El suceso hizo caer las acciones de Maersk en el mercado Nasdaq-Copenhague 2% en la mañana.

En 2001, un tren de mercancías que transportaba materiales peligrosos descarriló en un túnel en el centro de Baltimore y se incendió, arrojando un humo negro sobre vecindarios próximos y obligando a las autoridades a cerrar temporalmente todos los principales accesos a la ciudad.

 

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Agencias

Nuevo chantaje nuclear de Putin alerta a occidente

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EP New York | Rusia vs Ucrania

Entre el ajedrez y el chantaje: las nuevas amenazas nucleares de Vladimir Putin

El líder de Rusia sabe que sus oponentes, liderados por el presidente Joe Biden, son los que más temen una escalada del conflicto.

El presidente Vladimir Putin ha amenazado con recurrir al arsenal de armas nucleares de Rusia en tres ocasiones durante los últimos dos años: una vez al comienzo de la guerra contra Ucrania hace dos años, otra cuando estaba perdiendo terreno y de nuevo el jueves, cuando percibe que está mermando las defensas de Ucrania y la determinación estadounidense.

En todos los casos, la beligerancia ha servido para el mismo propósito. Putin sabe que sus oponentes, liderados por el presidente Joe Biden, son los que más temen una escalada del conflicto. Incluso las bravatas nucleares sirven para recordarles a sus numerosos adversarios sobre los riesgos de presionarlo demasiado.

Pero el discurso, equivalente al Estado de la Unión de EE. UU., que Putin pronunció el jueves también contenía algunos elementos nuevos. No solo señaló que redoblaba su “operación militar especial” en Ucrania. También dejó claro que no tenía intención de renegociar el último gran tratado de control de armamentos en vigor con Estados Unidos —que expira en menos de dos años—, a menos que el nuevo acuerdo decida el destino de Ucrania, presumiblemente con gran parte del mismo en manos de Rusia.

Algunos lo llamarían ajedrez nuclear, otros chantaje nuclear. En la insistencia de Putin acerca de que los controles nucleares, y la existencia continuada del Estado ucraniano deben decidirse de manera conjunta, está implícita la amenaza de que el líder ruso estaría encantado de dejar expirar todos los límites actuales sobre las armas estratégicas desplegadas. Eso lo liberaría para usar tantas armas nucleares como quisiera.

Y aunque Putin dijo que no tenía interés en emprender otra carrera armamentística, algo que contribuyó a la bancarrota de la Unión Soviética, la implicación era que Estados Unidos y Rusia, que ya se encuentran en un constante estado de confrontación, volverían a la peor competencia de la Guerra Fría.

“Estamos tratando con un Estado —dijo, refiriéndose a Estados Unidos— cuyos círculos dirigentes están emprendiendo acciones abiertamente hostiles contra nosotros. ¿Y qué?”.

“¿Van a discutir seriamente con nosotros temas de estabilidad estratégica”, añadió, utilizando el término para referirse a los acuerdos sobre controles nucleares, “mientras que al mismo tiempo intentan infligir, como ellos mismos dicen, una ‘derrota estratégica’ a Rusia en el campo de batalla?”.

Con esos comentarios, Putin subrayó uno de los aspectos distintivos y más inquietantes de la guerra en Ucrania. Una y otra vez, sus altos mandos militares y estrategas han hablado del uso de armas nucleares como el próximo paso lógico si sus fuerzas convencionales resultan insuficientes en el campo de batalla, o si necesitan ahuyentar una intervención occidental.

Esa estrategia es coherente con la doctrina militar rusa. Y en los primeros días de la guerra en Ucrania, asustó claramente al gobierno de Joe Biden y a los aliados de la OTAN en Europa, quienes dudaron en proporcionar misiles de largo alcance, tanques y aviones de combate a Ucrania por temor a que esto desencadenara una respuesta nuclear o hiciera que Rusia atacara más allá de las fronteras de Ucrania, en territorio de la OTAN.

En octubre de 2022, surgió un segundo aspecto sobre el posible uso de armas nucleares por parte de Rusia, no solo por las declaraciones de Putin, sino por informes de los servicios de inteligencia estadounidenses que sugerían que podrían utilizarse armas nucleares en el campo de batalla contra bases militares ucranianas. Tras unas semanas de tensión, la crisis disminuyó.

En el año y medio transcurrido desde entonces, Biden y sus aliados han ido confiando cada vez más en que, a pesar de todas las fanfarronadas de Putin, no quería enfrentarse a la OTAN y sus fuerzas. Pero cada vez que el dirigente ruso invoca sus poderes nucleares, se desencadena una oleada de temor de que, si se le lleva demasiado lejos, podría demostrar su voluntad de hacer estallar un arma, tal vez en un lugar remoto, para hacer retroceder a sus adversarios.

“En este entorno, Putin podría volver a agitar el sable nuclear, y sería una tontería descartar por completo los riesgos de escalada”, escribió recientemente en Foreign Affairs William J. Burns, director de la CIA y exembajador de EE. UU. en Rusia cuando Putin asumió inicialmente el cargo. “Pero sería igualmente insensato dejarse intimidar innecesariamente por ellos”.

En su discurso, Putin presentó a Rusia como el Estado agredido y no como el agresor. “Ellos mismos eligen los objetivos para atacar nuestro territorio”, dijo. “Empezaron a hablar de la posibilidad de enviar contingentes militares de la OTAN a Ucrania”.

Esa posibilidad fue planteada por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, esta semana. Mientras la mayoría de los aliados de la OTAN hablan de ayudar a Ucrania a defenderse, dijo, “la derrota de Rusia es indispensable para la seguridad y la estabilidad de Europa”. Pero la posibilidad de enviar soldados a Ucrania fue descartada de inmediato por Estados Unidos, Alemania y otros países (Macron le hizo el juego a Putin, según algunos analistas, al exponer las divisiones entre los aliados).

Sin embargo, Putin puede haber intuido que era un momento especialmente propicio para sondear cuán profundos eran los temores de Occidente. La reciente declaración del expresidente Donald Trump de que Rusia podía hacer “lo que le diera la gana” a un país de la OTAN que no contribuyera con los recursos necesarios para la defensa colectiva de la alianza, y de que él no respondería, se hizo sentir profundamente en toda Europa. También lo ha hecho la negativa del Congreso, hasta ahora, para proporcionar más armas a Ucrania.

Es posible que el dirigente ruso también estuviera respondiendo a las especulaciones de que Estados Unidos, preocupado porque Ucrania parece encaminada a la derrota, podría proporcionar misiles de mayor alcance a Kiev o confiscar los 300.000 millones de dólares de activos rusos congelados desde hace tiempo que ahora se encuentran en bancos occidentales y entregárselos al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que compre más armas.

Cualquiera que haya sido el detonante, el mensaje de Putin fue claro: considera la victoria en Ucrania como una lucha existencial, fundamental para su gran plan de restaurar la gloria de los días en que Pedro el Grande gobernó en el apogeo del Imperio ruso. Y cuando una lucha se considera una guerra de supervivencia y no una guerra de elección, el salto a discutir el uso de armas nucleares es pequeño.

Su apuesta es que Estados Unidos se dirige en la otra dirección, volviéndose más aislacionista, más reacio a enfrentarse a las amenazas de Rusia y, desde luego, sin mostrar interés frente a las amenazas nucleares rusas como hicieron los presidentes John F. Kennedy en 1962 o Ronald Reagan en los últimos días de la Unión Soviética.

El hecho de que los actuales dirigentes republicanos, que habían suministrado armas a Ucrania con entusiasmo durante el primer año y medio de guerra, hayan atendido ahora los llamados de Trump para cortar ese flujo puede ser la mejor noticia que Putin ha recibido en dos años.

“Cada vez que los rusos recurren a la beligerancia nuclear, es señal de que reconocen que aún no tienen la capacidad militar convencional que creían tener”, declaró el jueves en una entrevista Ernest J. Moniz, ex secretario de Energía del gobierno de Obama y actual director ejecutivo de la Iniciativa contra la Amenaza Nuclear, una organización que trabaja para reducir las amenazas nucleares y biológicas.

“Pero eso significa que su postura nuclear es algo en lo que confían cada vez más”, dijo. Y “eso amplifica el riesgo”.


Publicado en NYT por David E. Sanger periodista del Times durante más de cuatro décadas

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Agencias

Yulia Navalnaya continuará con legado político de Navalny

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EP New York | enfoque mundial

Yulia Navalnaya incursiona en política para preservar el legado de Navalny

La esposa de Alexéi Navalny había evitado la atención mediática, pero la muerte del líder opositor más famoso de Rusia puede hacer que eso sea imposible. “No tengo derecho a rendirme”, dijo.

Era agosto de 2020, Yulia Navalnaya, la esposa del líder opositor más famoso de Rusia, daba grandes zancadas por los pasillos desgastados y sombríos de un hospital provincial ruso en busca de la habitación donde su esposo yacía en coma.

Alexéi Navalny había colapsado tras recibir lo que investigadores médicos alemanes después declararían como una dosis casi fatal de la neurotoxina novichok, y su esposa, a quien policías amenazantes le impedían moverse por el hospital, volteó hacia la cámara de un celular que tenía un integrante de su equipo.

Con voz tranquila en un momento impactante que luego se incluyó en >Navalny< un documental ganador del premio Oscar, Navalnaya dijo: “Exigimos la liberación inmediata de Alexéi, porque en este instante en este hospital hay más policías y agentes del gobierno que médicos”.

Hubo otro suceso similar el lunes, cuando bajo circunstancias incluso más trágicas, Navalnaya habló ante una cámara tres días después de que el gobierno ruso anunció que su marido falleció en una brutal colonia penal de máxima seguridad en el Ártico. Su viuda culpó al presidente Vladimir Putin por la muerte y anunció que ella asumiría la causa de su esposo y exhortó a los rusos a unírsele.

En un discurso breve y pregrabado que fue publicado en redes sociales, Navalnaya dijo: “Al matar a Alexéi, Putin mató a mi mitad, la mitad de mi corazón y la mitad de mi alma. Pero me queda otra mitad y esta me dice que no tengo derecho a rendirme”.

Durante más de dos décadas, Navalnaya había evitado asumir cualquier papel político en público porque alegaba que su propósito en la vida era apoyar a su esposo y proteger a sus dos hijos. “Considero que mi labor es que nada cambie en nuestra familia, que los niños sean niños y el hogar sea un hogar”, dijo Navalnaya a la edición rusa de la revista Harper’s Bazaar en 2021, una de las pocas entrevistas que ha concedido.

Pero eso cambió el lunes.

Navalnaya enfrenta el gran reto de intentar que vuelva a funcionar el desmotivado movimiento de oposición desde el extranjero, ya que cientos de miles de sus simpatizantes han sido obligados a exiliarse por un Kremlin cada vez más represivo que ha respondido a cualquier crítica a su invasión a Ucrania, que inició hace dos años, con duras sentencias de cárcel. El movimiento político y la fundación de su esposo, que expusieron la corrupción en las altas esferas del poder, fueron declaradas como organizaciones extremistas en 2021 y se les prohibió operar en Rusia.

Aunque no desestiman las dificultades, sus amigos y asociados creen que Navalnaya, de 47 años, tiene una oportunidad de éxito gracias a lo que llaman su combinación de inteligencia, porte, determinación férrea, resiliencia, pragmatismo y carisma.

Su presencia es algo inusual en Rusia: una mujer destacada en un país donde las mujeres reconocidas en la política son poco comunes, a pesar de sus muchos logros en otros campos. Analistas afirman que, aparte de la amplia autoridad moral que ha adquirido tras la muerte de su marido, Navalnaya podría beneficiarse de una brecha generacional en Rusia, donde los rusos más jóvenes y postsoviéticos aceptan más la equidad de género.

Tan pronto como Navalnaya hizo su declaración el lunes, la maquinaria propagandística estatal rusa se puso en acción, por lo que trató de presentarla como una herramienta de las agencias de inteligencia de Occidente y alguien que frecuentaba complejos turísticos y fiestas de celebridades.

Navalnaya nació en Moscú en una familia de clase media; su madre trabajaba para un ministerio gubernamental y su padre era empleado de un instituto de investigación. Sus padres se divorciaron al poco tiempo y su padre murió cuando ella tenía 18 años. Navalnaya se graduó en Relaciones Internacionales y después trabajó brevemente en un banco antes de conocer a Navalny en 1998 y casarse con él en 2000. Ambos eran cristianos ortodoxos rusos.

Una hija, Daria, que ahora estudia en California, nació en 2001, y un hijo, Zakhar, nació en 2008, quien asiste a la escuela en Alemania, donde vive Navalnaya.

Aunque no era abiertamente política, Navalnaya siempre estuvo al lado de su esposo. Lo acompañó en manifestaciones y durante sus numerosos procesos judiciales y sentencias de prisión. Navalnaya estaba con él durante su campaña para alcalde de Moscú en 2013, y en 2017, cuando un ataque con un tinte químico verde casi lo deja ciego de un ojo.

En 2020, cuando Navalny fue envenenado, Navalnaya le exigió de manera pública a Putin que su marido fuera evacuado en ambulancia aérea a Alemania y, durante sus 18 días en coma, ella permaneció a su lado, habló con él y reprodujo sus canciones favoritas como “Perfect Day” de Duran Duran. Tras recuperar el conocimiento, Navalny escribió en redes sociales: “Yulia, me salvaste”.

Navalnaya sobrevivió un intento de envenenamiento en Kaliningrado un par de meses antes que seguramente estaba dirigido a él, dijeron sus amigos, pero ella no siguió pensando en eso.

Navalnaya ha sido comparada con otras mujeres que han continuado las batallas políticas de sus maridos asesinados o encarcelados. Entre ellas se encuentran Corazón Aquino, cuyo esposo fue asesinado en 1983, cuando bajaba de un avión en Filipinas al regresar de su exilio; luego, derrotó al entonces presidente Ferdinand Marcos. También está Sviatlana Tsikhanouskaya, quien lideró la oposición en las elecciones presidenciales de 2020 en Bielorrusia, país vecino de Rusia, después de que su marido fuera encarcelado. Ella misma se vio obligada al exilio.

Al final, los analistas indican que una “persona normal” con autoridad moral podría tener éxito donde alguien dedicado a la política no podría.

“Ella quiere terminar la tarea que Alexéi trágicamente dejó incompleta: hacer que Rusia sea un país libre, democrático, pacífico y próspero”, dijo Sergei Guriev, un amigo de la familia y un destacado economista ruso que es director académico del Instituto de Estudios Políticos de París. “Ella también va a demostrarle a Putin que eliminar a Alexéi no acabará con su causa”.

Publicado en New York Times

 

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