Europa
Médicos rusos afirman que líder opositor no fue envenenado
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4 years agoon
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FranciscoEP New York/Europa
MOSCÚ — Los médicos rusos que tratan al líder opositor Alexei Navalny no creen que haya sido envenenado y se negaron a su traslado a un hospital alemán el viernes.
Navalny, de 44 años y uno de los principales críticos del presidente de Rusia, Vladimir Putin, sigue en coma en la unidad de cuidados intensivos de un hospital de la ciudad siberiana de Omsk, donde ingresó el jueves tras lo que sus colaboradores califican como un supuesto envenenamiento que creen que estuvo orquestado por el Kremlin.
Pero los médicos que lo atienden afirmaron que no se han hallado indicios de que fuese envenenado.
El subdirector del Hospital Ambulancia No. 1 de Omsk, Anatoly Kalinichenko, señaló que no se encontraron restos de veneno en el cuerpo de Navalny. La portavoz del opositor, Kira Yarmysh, publico un video en Twitter con las declaraciones del funcionario.
“El envenenamiento como diagnóstico permanece en un segundo plano, pero no creemos que el paciente haya sufrido un envenenamiento”, dijo Kalinichenko a reporteros el viernes.
Kalinichenko agregó que se envió el diagnóstico a los familiares, y se negó a revelarlo citando una ley que impide que el personal sanitario dé información confidencial sobre los pacientes.
Antes el viernes, Ivan Zhdanov, aliado de Navalny, afirmó que la policía encontró restos de una sustancia venenosa peligrosa en el cuerpo del político, pero no revelo cuál. La policía no confirmó la información.
Los doctores rusos tampoco han aprobado el traslado de Navalny a Alemania.
“El jefe médico dijo que Navalny no es trasladable. (Su) estado es inestable. La decisión de la familia de trasladarlo no es suficiente”, explicó la vocera del opositor en Twitter. Omsk está a unos 4.200 kilómetros (2.500 millas) al este de Berlín, a unas seis horas de vuelo.
Navalny cayó enfermo en un vuelo de regreso a Moscú desde la ciudad siberiana de Tomsk el jueves y fue trasladado a un hospital tras un aterrizaje de emergencia en Omsk. Según su equipo, un avión con todos los equipos necesarios espera en el aeropuerto de Omsk para llevarlo a una clínica alemana.
Alexander Murakhovsky, jefe médico del hospital donde está internado, dijo el viernes a reporteros que su estado “mejoró un poco” pero no estaba lo suficientemente estable para viajar. Los doctores siguen trabajando para determinar su diagnóstico, agregó.
En su tuit, Yarmysh señaló que “la prohibición de transferir a Navalny es necesaria para (…) esperar hasta que ya no se pueda rastrear el veneno en su cuerpo. Sin embargo, cada hora de estancamiento crea una amenaza para su vida”.
Como muchos otros políticos de la oposición en Rusia, Navalny ha sido detenido con frecuencia por las fuerzas de seguridad y acosado por grupos favorables al Kremlin. En 2017, fue atacado por varios hombres que le arrojaron antiséptico a la cara causándole daños en un ojo.
El año pasado, fue llevado a un hospital desde la cárcel en la que cumplía una sentencia tras un arresto administrativo, por lo que su equipo dijo que era un presunto envenenamiento. Los doctores señalaron entonces que sufrió una grave reacción alérgica y le dieron el alta para regresar a prisión al día siguiente.
La Fundación Anticorrupción de Navalny ha expuesto casos de corrupción entre funcionarios del gobierno, incluyendo algunos al más alto nivel. El mes pasado, el político tuvo que cerrar la fundación tras una demanda económicamente devastadora de Yevgeny Prigozhin, un empresario que mantiene una estrecha relación con el Kremlin.
Navalny hizo campaña para enfrentarse a Putin en las presidenciales de 2018, pero se le prohibió presentarse a los comicios. Estableció una red de oficinas de campaña en todo el país y desde entonces ha estado presentando a candidatos opositores a comicios frente a los aspirantes del gobernante Rusia Unida. (AP)
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Ucrania: El Caballo de Troya de la OTAN
Published
2 days agoon
December 1, 2024By
FranciscoEP NEW YORK. | UCRANIA
Por: Nikolás Stolpking
La entrada en escena del Oreshnik, ha dejado a la OTAN, EE. UU., Unión Europea desatados; están vueltos locos. Unos están discutiendo posibles “ataques preventivos” en territorio ruso, otros están proponiendo “devolverles” a Ucrania las armas atómicas que supuestamente les fueron “arrebatadas”, otros están llamando a las empresas para que se “preparen para la guerra”, otros quieren ampliar la red de bunkers, etc. ¿Qué otros delirios tendremos que masticar?
–¡Calma! ¡Calma! ¡Que no panda el cúnico!, diría el Chapulín Colorado. Es simplemente que si sigues provocando al Oso, te va a llegar un avellano. Bien, prosigamos.
Después del lanzamiento ruso del misil balístico Oreshnik, sin carga nuclear, sobre territorio ucraniano, como respuesta a los ataques con misiles ATACMS y Storm Shadow sobre territorio ruso, uno tendería a pensar que los responsables occidentales, como mínimo, tendrían que pensarlo muy bien antes de nuevamente “autorizar” a Ucrania el lanzamiento de misiles balísticos tácticos sobre territorio ruso. Pero, como se ha visto en estos últimos días, no ha sido el caso. Y no es de extrañar, en todo caso. A EE. UU., Gran Bretaña o a la Unión Europea no les importa, en absoluto, el destino de Ucrania. Lo único que les importa es defender los intereses del propio EE. UU.
Estamos hablando, además, de la entrada en escena de nuevas tecnologías en el campo de batalla que podrían marcar la diferencia. El Oreshnik, un misil balístico con velocidad hipersónica (3,3 a 4 km/s); puede portar ojivas nucleares; difícil de detectar e imposible de interceptar por los actuales sistemas de defensa antimisiles estacionados en Europa; y su alcance podría llegar a los 5,500 kilómetros. O sea, podría alcanzar a toda Europa en menos de 20 minutos.
Vladimir Putin fue claro al señalar que las pruebas de los nuevos sistemas de misiles en el campo militar proseguirían si la amenaza a la seguridad de Rusia persistían: “Consideramos que tenemos el derecho a utilizar nuestras armas contra objetivos militares de aquellos países que permiten el uso de sus armas contra nuestros objetivos, y en caso de una escalada de acciones agresivas, responderemos con la misma decisión y de la misma manera”.
Lo razonable, en una situación así, es que se quiera desescalar el conflicto, ¿no?, pero sucede todo lo contrario: se desea seguir escalando.
Quizá haya llegado el momento para reflexionar y aceptar la derrota de Ucrania y su titiritero (OTAN) ante la determinación de Rusia. Que podría ser muy fácil en teoría, pero que bastaría con que el titiritero empezara a abandonar a Ucrania. Pero pareciera que el Bloque Occidental Capitalista estuviera lejos de reflexionar y aceptar los nuevos cambios tectónicos que se están desarrollando en el mundo.
Proseguir la escalada, no hace más que hacer daño a la propia Ucrania, que no sabemos aún cómo habrá de quedar conformada, terminado el conflicto. Pero de que quedará más pequeña (Ucrania), quedará más pequeña.
La OTAN, lo mejor que podría hacer sería convencer a los líderes ucranianos de que al juego hay que ponerle fin; que ahora hay que conducir hacia el terreno de las negociaciones. Pero, en la práctica, vemos todo lo contrario. Pareciera que existiera más interés en proseguir el conflicto por parte de las potencias Occidentales que de la propia Ucrania.
Seguir con el juego ante el nuevo escenario es suicida. ¿Qué disparates están pensando? ¿“Entregar armas nucleares a Ucrania”? ¿“Autorizar a Ucrania más lanzamientos de misiles en territorio ruso”? ¿“Ataques preventivos sobre Rusia”? ¿“Nuevos sistemas de defensa anti-misiles”? ¿“Envío de tropas militares OTAN hacia Ucrania”? ¿Acaso no se ha entendido bien el mensaje que plantó en las cabezas el Oreshnik?
¿Cómo Rusia podría hacer entender a Occidente?
Porque pareciera que Occidente no quisiera entender la seriedad del asunto. Occidente sigue con el mismo entusiasmo, o más, como cuando comenzó a “apoyar” a Ucrania. Y Rusia sigue con la misma estrategia de la Operación Militar Especial (SVO) sobre Ucrania. Occidente y su “ayuda” a Ucrania, no tiene visos de querer parar por el momento, al contrario, tiene sumo interés porque prosiga. Porque, entiéndase bien, EE. UU. y aliados no quieren perder sus posiciones privilegiadas en el tablero.
EE. UU. y aliados (OTAN) deberían aceptar el nuevo terreno de juego. No están para seguir jugando a escalar. Lo más razonable que pueden hacer es aceptar la nueva realidad, e incluso la disolución de la OTAN. Porque… ¿Qué razón tiene de existir una estructura político-militar al no poder brindar protección a Europa ante las nuevas tecnologías militares en manos de Rusia? El Oreshnik ha dejado a la OTAN como un chiste.
Pero la OTAN no deja de sorprender: desde el comienzo de la SVO los países que conforman la OTAN corrieron a mandar “ayuda” a Ucrania. Primero eran cosas tales como cascos y municiones, después misiles anti-tanque y misiles anti-aéreo, pero, como Ucrania poco avanzaba en el campo de batalla, la “ayuda” evolucionó a misiles tácticos de largo alcance (ATACMS), lanzacohetes múltiples HIMARS, tanques, aviones, etc. Pero como los ucranianos seguían sin avanzar significativamente en el campo de batalla y, además, se encontraron con un déficit sustancial de soldados, ¿cuál fue la idea “brillante” que se les ocurrió? Golpear e incursionar en territorio ruso; y ahora golpear con misiles ATACMS y Storm Shadow. Siendo que, estos últimos, como ya se ha señalado cientos de veces, no-pueden-ser-operados-sin-el-apoyo-de-especialistas-extranjeros (no-ucranianos).
¿Qué vendría después? La respuesta rusa: el lanzamiento del misil balístico hipersónico Oreshnik sobre un complejo militar ucraniano. Con el mensaje adjunto de que la próxima vez podría llegar más lejos y que podría llevar ojivas más dañinas si se insistiera en atacar territorio ruso con los misiles de largo alcance. ¿Cuál ha sido la respuesta de la OTAN en estos últimos días? Algo de no creer: intensificar más los ataques con sus propias armas en territorio ruso.
Acá ya no se trata de Ucrania. Ucrania pasó a ser un producto, un títere, que se sigue vendiendo en los Medios, pero que no tiene valor alguno. Ucrania simplemente se ha convertido en un caballo de Troya moderno que es arrastrado por la OTAN. Ucrania es únicamente un medio. Y Rusia lo sabe.
¿Qué mejor que instalar en el imaginario colectivo que Ucrania es un “indefenso” al cual hay que “ayudar” frente a un “invasor” gigante, “imperialista”, que quiere “expandir” su territorio? Los Medios occidentales no te dirán que la OTAN está en suelo ucraniano apretando el gatillo, te dirán que están “proporcionando instrucciones”, “proporcionando datos”, “proporcionando permiso”, “proporcionando armas para la autodefensa”.
Si Ucrania es el caballo de Troya de la OTAN, ¿por qué dejar que camine el artefacto? ¿Por qué no apagar el artefacto de una vez por todas? ¿Por qué no desarmar el artefacto, paso a paso? ¿Qué podría hacer la OTAN con un artefacto inservible?
Rusia simplemente debe ir por el caballo de Troya.
¿Qué otras sorpresas en el ámbito tecnológico-militar sacará a la luz Rusia? ¿La nueva realidad militar podrá lograr poner en pausa a Occidente?
Níkolas Stolpkin
Análisis internacional – Geopolítica – Crítica – Opinión – Pensamiento
https://stolpkin.net/
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Agencias
¿Estamos en una nueva guerra fría? o solo es una guerra comercial
Published
2 years agoon
April 4, 2023By
FranciscoEP New York | polìtica mundial
Lo llamamos nueva guerra fría, pero no lo es
La competencia entre EEUU y China es muy diferente de la que rigió entre Washington y Moscú y estructuró el mundo durante la guerra fría. Pese a las limitaciones que le impone EEUU, China está inmersa de lleno en la economía global y las inversiones estadounidenses en el país no dejan de aumentar. ‘Codependencia destructiva’ podría ser más adecuado para la competencia interdependiente actual.
Lo llamamos “nueva guerra fría”, pero la relación, competencia y colaboración entre Estados Unidos y China no solo no lo es, sino que guiarse por este concepto puede llevar a errores de visión y de política . Más aún entre China y la Unión Europea, que ve, correctamente, a la superpotencia asiática como “socio, competidor y rival sistémico”.
Utilizamos el término de guerra fría por pereza intelectual, y porque estamos inmersos en un periodo de transición, es decir, de desorden, de un orden mundial a otro cuyos contornos se divisan aún mal. La guerra fría responde a otra época y situación. No es un concepto útil hoy. Pese al discurso de la tensión entre Washington y Pekín, la realidad es otra. El episodio de los globos es un reflejo.
A diferencia de la antigua Unión Soviética, China participa plenamente en la economía global, y en las cadenas de suministro que la conforman, aunque la globalización se haya frenado algo con la pandemia y con la competencia tecnológica y estratégica entre Washington y Pekín. Desde Occidente, sobre todo desde EEUU, se avanza hacia un acortamiento de estas cadenas, por medio de políticas de empresas. No solo por razones geopolíticas o geoeconómicas, pues tiene mucho que ver con la política interna estadounidense.
Con su política de America First, Donald Trump y su republicanismo radical atrajeron a una parte importante, venida a menos con la deslocalización y la automatización, de la clase obrera y media baja de EEUU. Joe Biden quiere con su política antichina y de Buy American –más allá de indudables consideraciones estratégicas de una superpotencia que teme que le haya surgido una rival– restablecer puentes con esos votantes que había perdido el Partido Demócrata. Es, además, un terreno de entendimiento con el propio Partido Republicano, radicalizado, con el que ahora tiene que tratar dado que controla la Cámara de Representantes. La política hacia China tiene mucho de política interna americana. <span;>All politics is local.
La actual administración estadounidense, inspirándose en tiempos de la guerra fría, se ha metido en una política de control de las exportaciones de tecnología avanzada hacia China, en la que está incorporando a aliados como Países Bajos, Japón y Corea del Sur, esenciales para la fabricación de los chips (microprocesadores) y otros elementos más avanzados. Un problema es que cada vez es más difícil diferenciar entre aplicaciones civiles y militares de estas tecnologías. Indudablemente, hay una carrera tecnológica entre EEUU y una China cuyos avances quiere frenar Washington tras percatarse, demasiado tarde, de que su incorporación a la economía mundial, en especial a partir de 2001 con la entrada en condiciones ventajosas de Pekín a la Organización Mundial del Comercio, no produjo la liberalización económica y política que, de manera ingenua y con desconocimiento de la cultura imperante en China, esperaba. Un ingenuidad y desconocimiento que también es frecuente en España.
«China tuvo su primer ‘momento Sputnik respecto a la inteligencia artificial con la derrota, en 2018, de un maestro del juego Go por la computadora AlphaGo de Deepmind (empresa adquirida por Google)»
El discurso de frenar a China predomina en EEUU, donde hay un amplio consenso al respecto. Algunas medidas restrictivas pueden lograrlo, al menos temporalmente. Por ejemplo, limitando la capacidad china de desarrollar la más avanzada inteligencia artificial (IA), respecto a la cual Pekín ha tenido lo que el experto e inversor Kai-Fu Lee llamó el “momento Sputnik”. Se refería al susto de EEUU cuando la URSS lanzó en 1957 el primer satélite artificial. Generó una carrera espacial, que llevó a EEUU a poner a un hombre en la Luna, a donde ahora parece que quieren volver diversas potencias, empezando por China.
El primer “momento Sputnik” chino en referencia a la IA llegó en 2018 con la derrota de un maestro del juego Go por la computadora AlphaGo de Deepmind (empresa adquirida por Google). (Dicho sea de paso, estos días, un jugador humano aficionado ha vencido al programa, tras descubrir en él, gracias a la IA, algunos fallos en el programa.) El segundo momento, para Pekín, ha sido el lanzamiento por OpenAI (en la que Microsoft tiene grandes intereses) de la inteligencia artificial generativa de lenguaje natural ChatGTP, que tanto revuelvo ha causado, y las de otras empresas. Corriendo, Pekín va a intentar presentar la suya. China, el mayor consumidor mundial de chips, no es (¿aún?) capaz de diseñar o fabricar los más avanzados, que necesita para esta carrera.
Las medidas limitativas de Washington le están llevando a desarrollar su propia capacidad. Tomará un tiempo y el éxito no está garantizado. Pero, ejemplo de la capacidad china, en diciembre pasado Huawei solicitó su propia patente para un componente de la litografía por luz ultravioleta extrema, tecnología que hasta ahora tenía en exclusividad la empresa ASLM de Países Bajos, esencial para fabricar los semiconductores más avanzados.
Pese al discurso oficial desde Washington de una relativa separación tecnológica y en otros aspectos de China, la realidad es algo diferente. El déficit comercial de EEUU con China creció el año pasado un 8,3% anual hasta los 382.900 millones de dólares, el segundo más alto registrado. Las inversiones estadounidenses en China van viento en popa, aunque se han frenado en startups .
Apple quiere comenzar a distanciarse de China, abriendo fábricas en India, además de impulsando su colaboración con países como Vietnam, pero no lo logra de forma significativa, debido al grado de sofisticada integración de sus sistemas de producción en la nueva superpotencia. China, por su parte, alberga muchas materias primas estratégicas en la era digital, desde el litio a las tierras raras. Aunque la administración estadounidense no lo reconozca de manera oficial, EEUU y China se necesitan mutuamente.
De seguir la tensión, podrían acabar –con los europeos pillados en medio– como los protagonistas del cuadro de Goya Duelo a garrotazos o como esos boxeadores que, agotados, acaban enganchados el uno al otro en el ring.
En cuanto a Taiwán, Washington está reforzando sus relaciones políticas y estratégicas con la isla, ante la posibilidad de una invasión desde la China continental. Sin embargo, es significativo que Warren Buffet haya anunciado una desinversión de 86% en TSMC, la empresa taiwanesa que fabrica (no diseña) un 54% de los chips mundiales. ¿Por el reshoring o por otra razón? Buffet suele acertar en las tendencias mundiales.
«Tan significativo es que China haya propuesto un plan para un ‘acuerdo político’ en 12 puntos, formalmente acorde con el Derecho Internacional, aunque no distingue entre agresor y agredido, como que Occidente lo haya rechazado de plano pese a tener algunos avisos interesantes»
Está, además, la competencia geopolítica en el Sur Global. EEUU intenta rodear a China en el Pacífico por medio de alianzas con países de la región (Filipinas es el último). China (y Rusia) refuerza sus bases navales y su presencia económica y estratégica en África y en América Latina. Aunque, tras las advertencias estadounidenses, si China empieza a apoyar a Rusia con suministros militares para la guerra en Ucrania –que incomoda a China, aunque ve ahí que Occidente se puede debilitar–, la tensión se puede incrementar de manera notable. Moscú se habrá echado a los brazos de Pekín, todo lo contrario de lo que buscaron Nixon y Kissinger con su apertura a China. Pero tan significativo es que China haya propuesto un plan para un “acuerdo político” (no lo llama plan de la paz) en 12 puntos, formalmente acorde con el Derecho Internacional, aunque no distingue entre agresor y agredido, como que Occidente lo haya rechazado de plano pese a tener algunos avisos interesantes, por ejemplo, contra el uso del arma nuclear. Por detrás, hay un intento por parte de China de generar un orden mundial más acorde a sus intereses que el que nació de la guerra fría y la posguerra fría. Ese es un largo e importante proceso, o pulso, que cambiará la gobernanza global.
En la guerra fría, la URSS exportaba ideología, comunismo soviético, y Occidente defendía la democracia liberal para sí. Cabe recordar la reguera de apoyos estadounidenses a golpes de Estado, como el de Pinochet en Chile. El Occidente democrático ha dejado, en general, de intentar exportar democracia liberal, salvo para defender la suya y la de sus socios (como Hungría y Polonia) o la de sus vecinos inmediatos (Ucrania). Su última y larga gran experiencia al respecto, Afganistán, salió mal. Pero la democracia avanzó en el mundo, aunque últimamente esté retrocediendo. En esta competencia, en la que desempeña un papel fundamental la desinformación, China intenta hacer atractivo su modelo desarrollo. Pero sabe que es único y de difícil repetición, aunque ya ha dejado sentado que crecimiento económico y tecnológico no requiere democracia liberal. Prefiere a los regímenes autoritarios, a los que no pide cuentas, sino contrapartidas económicas. La vigilancia de los ciudadanos/usuarios se da en todos los sistemas, aunque el uso que se hace de ella difiere. ¿Exporta China tecnoautoritarismo, con sistemas de vigilancia, censura y represión avanzados? Sin duda. Aunque también lo hace EEUU (y varios países occidentales). Si China exporta IA de reconocimiento facial a través de cámaras (a menudo con tecnología estadounidense), EEUU no se queda atrás. Una diferencia, según un reciente estudio de Brookings, es que estas exportaciones chinas se reparten entre democracias fuertes y débiles (56 % vs. 46 %), mientras EEUU lo hace más hacia las fuertes (76 % vs. 24 %).
La guerra fría comenzó con EEUU gozando de superioridad nuclear y la URSS de superioridad convencional en una Europa tomada como rehén de esta competición. Un equilibrio precario. Luego, con el desarrollo por ambos de sus capacidades nucleares, se llegó a la disuasión mutua asegurada (la Doctrina MAD) y a la paridad nuclear. Con el auge de China, las cosas cambian. Si China, como parece, está ampliando de forma significativa su arsenal nuclear para llegar a 1.500 cabezas en 2035, frente a las 3.700 de EEUU y a las 4.500 de Rusia en la actualidad, la disuasión cambiará por completo, por mucho que Pekín diga mantener la doctrina de que no será el primero en usarlas (no first use). Como indica el analista Andrew Krepinevich, la disuasión basada en la paridad funcionaba entre dos, pero la paridad deja de tener sentido entre tres. Habrá, sin embargo, potencial suficiente para destruir el planeta varias veces. Deberá repensarse por completo la ecuación nuclear –base del orden mundial–, más aún cuando Vladímir Putin ha sacado a Rusia del único gran acuerdo de control de armamentos nucleares que quedaba, el Nuevo Start. Habrá que pensar, como poco, en triadas. Más complejidad. Más inestabilidad.
No es, pues, una nueva guerra fría. Pero sí una situación de dependencia mutua y de profunda competencia entre una superpotencia que quiere seguir prevaleciendo y otra que quiere seguir ascendiendo. Un pulso polidimensional (con dimensiones que se alimentan entre sí). El término “nueva guerra fría” es facilón, y por eso se usa. ¿Entonces qué? ¿“Lucha existencial” para lo que queda de siglo, como la ha calificado el republicano Mike Gallagher, de la nueva comisión bipartita de la Cámara de Representantes de EEUU para combatir la competencia china? Esperemos que no. Para Rana Foroohar, analista de Financial Times,China y EEUU están atrapados en una “codependencia destructiva”. Puede valer. Pero habrá que encontrar una mejor definición de esta competencia interdependiente. No son tiempos de simplismos.
Publicado en
El País de España
Andrés Ortega
Andrés Ortega Klein (Madrid, 1954) es escritor, analista y periodista. Ha sido en dos ocasiones (1994-1996 y 2008-2011) Director del Departamento de Análisis y Estudios del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. Ha tenido una larga carrera en periodismo como corresponsal en Londres y Bruselas y columnista y editorialista de El País
EE.UU
Los tres factores que cambiarían el rumbo de la guerra en Ucrania
Published
2 years agoon
September 18, 2022By
FranciscoEP New York|opinión|otros medios
Mientras que algunos soldados rusos en Ucrania están votando con sus pies en contra de la vergonzosa guerra de Putin, su retirada veloz no significa que Putin vaya a rendirse. De hecho, la semana pasada abrió un nuevo frente: contra la energía.
El presidente de Rusia cree que ha encontrado una guerra fría que podría ganar y va a intentar congelar a Europa este invierno, literalmente, al cortar los suministros del gas y el petróleo rusos para presionar a la Unión Europea hasta que abandone a Ucrania.
Los predecesores de Putin en el Kremlin aprovecharon los inviernos frígidos para derrotar a Napoleón y a Hitler, y está claro que Putin cree que el frío es su as bajo la manga para derrotar al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, quien le dijo a su nación la semana pasada: “Rusia hará todo en los 90 días de este invierno para quebrar la resistencia de Ucrania, la resistencia de Europa y la resistencia del mundo”.
Ojalá pudiera decir con certeza que Putin fracasará y que los estadounidenses lo vencerán en producción. Y ojalá pudiera escribir que Putin se arrepentirá de sus tácticas, porque a la larga transformarán a Rusia de ser un zar de la energía para Europa a una colonia energética de China, donde ahora Putin está vendiendo mucho de su petróleo a un precio descontado para compensar su pérdida de los mercados occidentales.
Sí, ojalá pudiera escribir todas esas cosas. Pero no puedo, a menos que Estados Unidos y sus aliados de Occidente dejen de vivir en un mundo de fantasía verde en el cual podemos pasar de los combustibles fósiles contaminantes a una energía renovable limpia con solo encender un interruptor.
Ojalá eso fuera posible. Esta columna ha estado dedicada desde hace 27 años a abogar por la energía limpia y mitigar el cambio climático. Sigo comprometido —absolutamente— con esos fines. Pero no puedes esperar los fines a menos que también busques los medios.
¡Y está muy claro que no hemos hecho eso!
A pesar de todas las inversiones en energía eólica y solar durante los últimos cinco años, los combustibles fósiles —petróleo, gas y carbón— representaron el 82 por ciento del uso total de energía primaria en el mundo en 2021 (necesaria para cosas como la calefacción, el transporte y la generación de electricidad), lo que supone un descenso de apenas 3 puntos porcentuales en esos cinco años. Solo en Estados Unidos, en 2021, cerca del 61 por ciento de la generación de electricidad procedía de combustibles fósiles (principalmente carbón y gas natural), mientras que cerca del 19 por ciento procedía de la energía nuclear y alrededor del 20 por ciento de fuentes de energía renovables.
En un mundo de clases medias crecientes y ávidas de energía en Asia, África y América Latina, se necesitan enormes cantidades de nuevas energías limpias para hacer siquiera una pequeña mella en nuestra estructura energética general. No es cuestión de encender un interruptor. Tenemos una larga transición por delante, y solo lo lograremos si adoptamos cuanto antes un razonamiento inteligente y pragmático en materia de política energética, lo que a su vez conducirá a una mayor seguridad climática y económica.
Si no, Putin aún tendrá el poder de herir gravemente a Ucrania y Occidente.
Antes de que comenzara la guerra en Ucrania, Rusia suministraba casi el 40 por ciento del gas natural y la mitad del carbón que Europa utilizaba para calefacción y electricidad. La semana pasada, Rusia anunció que suspendería la mayoría de los suministros de gas a Europa hasta que se le levanten las sanciones occidentales. Putin también ha prometido cortar todos los cargamentos de petróleo a Europa si los aliados occidentales llevan a cabo su plan de limitar lo que pagan por el petróleo ruso.
Sin alternativas suficientes y costeables de suministros de gas natural, reportó The Financial Times, algunas fábricas en Europa han tenido que cerrar “por no poder pagar el costo del combustible”. Los costos de la energía —que en algunos países europeos han aumentado hasta un 400 por ciento— “están llevando a los consumidores a una pobreza casi total”.
Este invierno algunas personas tendrán que decidir entre calentarse o comer, y eso está obligando a sus gobiernos a ofrecer subsidios masivos, trastocando sus presupuestos, en aras de evitar represalias populistas y presiones para que Ucrania se rinda ante Putin; algunos incluso están volviendo a quemar carbón.
Si queremos que los precios del gas y el petróleo bajen lo suficiente para impulsar la economía estadounidense y, al mismo tiempo, ayudar a nuestros aliados europeos a escapar de la opresión rusa mientras también aceleramos la producción de energía limpia —llamémosla nuestra “triada energética”— necesitamos un plan de transición que logre un equilibrio entre seguridad climática, energética y económica.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de dar un gran impulso a la producción de energía limpia del país con su proyecto de ley sobre el clima, que también fomenta la producción de gas y petróleo más limpios mediante incentivos inteligentes para frenar las fugas de metano de los productores de petróleo y gas, y motivando a estos a invertir más en tecnologías de captura de carbono.
Pero el factor más importante para ampliar rápidamente nuestra explotación de petróleo, gas, energía solar, eólica, geotérmica, hidroeléctrica o nuclear es dar a las empresas que las buscan (y a los bancos que las financian) la certeza normativa de que, si invierten miles de millones, el gobierno los ayudará a construir con rapidez las líneas de transmisión y los oleoductos para llevar su energía al mercado.
A los ecologistas les encantan los paneles solares, pero odian las líneas de transmisión. Quiero ver cómo logran salvar el planeta con ese enfoque.
Philip Anschutz, el conservador multimillonario que hizo una fortuna extrayendo petróleo, ha estado tratando de construir una línea eléctrica para conectar su enorme parque eólico en Wyoming con su mercado objetivo en Las Vegas. La planificación de esa línea comenzó hace 17 años, y solo en diciembre pasado Anschutz finalmente llegó a “un acuerdo con un rancho de Colorado para atravesar su tierra” para llevar sus electrones limpios al mercado, informó Bloomberg.
“Muchos de los mejores lugares para desarrollar energía limpia son desiertos y llanuras alejadas”, se lee en el reportaje, “pero tender líneas eléctricas para llegar a ellos puede llevar una década o más debido a las aprobaciones necesarias de las agencias estatales, el gobierno federal y los terratenientes del sector privado. Los retrasos son una de las mayores amenazas para las ambiciones del presidente estadounidense, Joe Biden, de eliminar los combustibles fósiles de las redes eléctricas”.
Con el propósito de obtener el apoyo crítico del senador Joe Manchin para el paquete climático de Biden, los líderes demócratas del Senado, liderados por Chuck Schumer, aceptaron un acuerdo lateral: respaldar un proyecto de ley que agilizaría, aunque no eliminaría, las revisiones medioambientales y otras regulaciones que a menudo entorpecen la obtención de permisos para las líneas de transmisión y los oleoductos que se necesitan para que los proyectos de gas, petróleo, energía solar y eólica sean económicamente viables. Si nuestra principal vía para dejar el carbón va a ser la electrificación de los vehículos y la generación de energía mediante energías renovables, necesitaremos más vías de transmisión para mover más electricidad, y necesitaremos más sistemas de reserva de gas natural para los momentos en que no brille el sol o no sople el viento.
Por estas y otras razones, Biden quiere que se apruebe este paquete de permisos, como lo quieren casi todos los senadores demócratas. Schumer planea adjuntarlo al proyecto de resolución continua que el Congreso debe aprobar para mantener el gobierno abierto después de que el año fiscal termine el 30 de septiembre. Desgraciadamente, el senador Bernie Sanders se ha manifestado en contra, al igual que más de 70 miembros demócratas de la Cámara de Representantes, la mayoría del grupo progresista del Congreso. No está claro cuántos llegarán al extremo de bloquear el proyecto de ley de financiación del gobierno si incluye esta legislación de permisos, pero sí serán algunos.
Por lo tanto, los grupos de presión de las petroleras han pedido a los legisladores republicanos que compensen a los progresistas que votarán en contra y que voten a favor de la legislación. Pero el Partido Republicano ha dicho a las compañías petroleras: “No, gracias”. Los legisladores republicanos no harán nada para conseguirle otro éxito a Biden.
No sé quién es más irresponsable: los progresistas moralistas que quieren una inmaculada revolución verde de la noche a la mañana, con paneles solares y parques eólicos, pero sin nuevas líneas de transmisión ni oleoductos, o los cínicos y falsos republicanos que prefieren que gane Putin y que pierdan nuestras empresas energéticas antes que hacer lo correcto para Estados Unidos y Ucrania dándole la razón a Biden.
No puedo enfatizar esto lo suficiente: la política energética de Estados Unidos debe ser el arsenal de la democracia para derrotar el petroputinismo en Europa, proporcionando el petróleo y el gas que tanto necesitan nuestros aliados a precios razonables para que Putin no pueda chantajearlos. Este tiene que ser el motor del crecimiento económico que proporcione la energía más limpia y asequible de combustibles fósiles en nuestra transición a una economía con bajas emisiones de carbono. Y tiene que ser la vanguardia de la ampliación de las energías renovables para que el mundo llegue a ese futuro bajo en carbono tan rápido como podamos.
Cualquier política que no maximice esas tres cosas nos dejará menos sanos, menos prósperos y menos seguros.
Thomas L. Friedman es columnista de Opinión sobre temas internacionales en el New York Times.
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