Trump calificó al gobierno iraní de “régimen de gran terror” al revelar que Washington abandonará el pacto que promovió hace solo tres años. Después anunció que envió al secretario de Estado, Mike Pompeo, a Pyongyang para sentar las bases de su histórico encuentro con el dictatorial Kim Jong Un, a quien recientemente describió como “muy honorable”.

“Se están haciendo planes, se están construyendo relaciones, ojalá haya un acuerdo”, dijo Trump acerca de su delicado acercamiento a Corea del Norte. En un discurso en el Salón Diplomático de la Casa Blanca, se mostró optimista con que Estados Unidos pueda unirse a aliados y potencias mundiales para que “pueda lograrse un futuro de gran prosperidad y seguridad para todo el mundo”.

Este era precisamente el plan cuando Estado Unidos negoció en 2015 el histórico pacto con Teherán. Con una minuciosa persistencia, el predecesor de Trump juntó a Gran Bretaña, Alemania y Francia _ aliados de Washington _ con sus rivales Rusia y China para alcanzar un acuerdo por el que Irán accedió a someterse a intensas inspecciones y estrictas limitaciones nucleares.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el acuerdo que Trump abandonó el martes y el que está buscando con el Norte? La respuesta, por lo que parece, puede resumirse en dos palabras: Barack Obama.

“Hiciese lo que hiciese Obama, él quiere deshacerlo”, dijo Douglas Brinkley, historiador presidencial de la Rice University, que destacó que Obama, en sus últimas semanas en la Casa Blanca, advirtió a Trump de que Pyongyang era la principal amenaza a la seguridad del país. “Va a solucionarlo, porque Obama no pudo. Obama está orgulloso del acuerdo con Irán, así que ahora Trump va a hacerlo fracasar”.

En el plano internacional, Trump actuó rápidamente para retirar a Estados Unidos del acuerdo del clima que París que el gobierno de Obama ayudó a forjar, abandonó el amplio acuerdo de libre comercio con Asia y dio marcha atrás en el histórico acercamiento con Cuba. Su necesidad de ver visto como el antiObama se reflejó en la política nacional, anulando decenas de leyes ambientales y de otro tipo firmadas por su predecesor y apuntando, una y otra vez, a su ley sanitaria.

La mayoría de estas decisiones tuvieron como consecuencia la retirada de Washington de sus obligaciones y alianzas internacionales, ejemplos tangibles de su doctrina “Estados Unidos Primero”. Pero renegar tan a menudo de los compromisos pasados también conlleva riesgos en un momento en que Trump busca convencer a Corea del Norte de que su país cumple su palabra.

Por lo tanto, hubo un elemento de ironía cuando Trump presentó sus dos decisiones _ salir del pacto con Teherán y enviar a Pompeo a Pyongyang _ como un mensaje único y unificado.

“Estados Unidos ya no hace amenazas vacías”, dijo el presidente refiriéndose a Irán. Con respecto al Norte, añadió: “Cuando yo hago promesas, las cumplo”.

Trump alegó que el pacto nuclear era totalmente inadecuado para mantener al país a salvo de Irán, pero apuntó a la posibilidad de negociar unas condiciones más duras con Teherán en el futuro, una opción que las autoridades iraníes ya descartaron.

Para bien o para mal, Trump es ahora el dueño del futuro del desarrollo nuclear iraní en la medida en que no puede lograr un acuerdo mejor. La República Islámica podría cumplir sus amenazas de aumentar el enriquecimiento de uranio de inmediato, más allá de unas limitaciones que hasta Washington reconoció que se estaban cumpliendo. Para Trump será difícil argumentar en el corto plazo que su país está mejor en este escenario que en el que contemplaba el acuerdo.

Al exponer sus quejas sobre el pacto iraní con tanto detalle, Trump estableció los límites para cualquier posible entendimiento futuro con Corea del Norte.

Trump culpó al acuerdo de Obama de permitir que Irán siga enriqueciendo uranio en lugar de detener por completo la producción. Lamentó que los inspectores nucleares no tengan acceso a las instalaciones militares así como la falta de sanciones para otros comportamientos problemáticos de Teherán “alrededor del mundo”.

En base a sus propios estándares, las conversaciones con Pyongyang deberían derivar en un acuerdo por el que el Norte suspenda por completo el enriquecimiento y permita que los inspectores de Naciones Unidas entren en sus bases militares. Además, debería ir más allá de las cuestiones nucleares y abordar otras transgresiones norcoreanas denunciadas por Washington, como ciberataques y el asesinato del hermano por parte de padre de Kim en un aeropuerto malasio.

Corea de Norte, al contrario que Irán, ya tiene una bomba nuclear y material suficiente para elaborar docenas más, según la mayoría de las estimaciones. La hermética nación tendría que renunciar a todo esto para poder forjar un acuerdo más sólido que el que Obama alcanzó con Irán.

Pero todo esto será más sencillo en la teoría que en la práctica. El programa atómico norcoreano tiene décadas de antigüedad y se sospecha que incluye instalaciones secretas, posiblemente subterráneas. Su desarme será más difícil de verificar que el de Irán, apuntaron expertos en inspecciones nucleares.


Servicio (AP)