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Venezuela hoy , un país agobiado por la inseguridad , la pobreza y el hambre : Mario Vargas LLosa
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6 years agoon
El portavoz del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) y alcalde de Valladolid, Óscar Puente, declaró hace unos días que, a su juicio, hay en España “un sobredimensionamiento” de lo que ocurre en Venezuela, porque cuando un país vive el drama que experimenta la nación bolivariana aquello no es sólo culpa de un Gobierno sino “responsabilidad colectiva de los venezolanos”.
Semejante afirmación demuestra una total ignorancia de la tragedia que vive Venezuela o un fanatismo ideológico cuadriculado. Hace falta más de un individuo para deshonrar a un partido, desde luego, habiendo socialistas que, con Felipe González a la cabeza, han demostrado una solidaridad tan activa con los demócratas venezolanos que, pese a los asesinatos, las torturas y la represión enloquecida desatada por Maduro y su pandilla, han impedido hasta ahora que el régimen convierta a ese país en una segunda Cuba. Pero que haya en España socialistas capaces de deformar de manera tan extrema la realidad venezolana sin que sean reprobados por la dirección, delata la inquietante deriva de un partido que contribuyó de manera tan decisiva a la democratización de España luego de la Transición.
La verdad es que Venezuela fue, por 40 años (1959 a 1999), una democracia ejemplar y un país muy próspero al que inmigrantes de todo el mundo acudían en busca de trabajo y que, tanto los Gobiernos “adecos” como “copeyanos”, dieron una batalla sin cuartel contra las dictaduras que prosperaban en el resto de América Latina. El presidente Rómulo Betancourt intentó convencer a los Gobiernos democráticos del continente para que rompieran relaciones diplomáticas y comerciales y sometieran a un boicot sistemático a todas las tiranías militares y populistas a fin de acelerar su caída. No fue respaldado, pero, décadas después, su iniciativa acaba de ser reivindicada por la Declaración de Lima, en la que, invitados por el Perú, todos los grandes países de América Latina —Brasil, Argentina, México, Colombia, Chile, Uruguay y cinco países más de la región— además de Estados Unidos, Canadá, Italia y Alemania, han decidido aislar a la dictadura de Maduro y no reconocer las decisiones de la espuria Asamblea Constituyente con la que el régimen trata de reemplazar a la legítima Asamblea Nacional donde la oposición detenta la mayoría de los escaños.
El portavoz socialista no parece haberse enterado tampoco de que las Naciones Unidas han denunciado, a través de su Alto Comisionado para los Derechos Humanos, las torturas a las que la dictadura venezolana somete a los opositores desde hace varios meses, que incluyen descargas eléctricas, palizas sistemáticas, horas colgados de las muñecas o los tobillos, asfixia con gases, violaciones con palos de escoba, detenciones arbitrarias e invasión y destrozos de las viviendas de los sospechosos de colaborar con la oposición. Más de 5.000 personas han sido detenidas sin ser llevadas a los tribunales, las fuerzas de seguridad han asesinado a medio centenar en las últimas manifestaciones y las bandas de malhechores del régimen, llamadas los colectivos, a 27.
Al menos dos millones de personas han emigrado agobiadas por el terror, la inseguridad y la pobreza
El asedio sistemático a los adversarios de la dictadura se extiende a sus familias, que pierden su trabajo, son discriminadas en los racionamientos y víctimas de expropiaciones. Y la corrupción del Gobierno alcanza extremos de vértigo, como acaba de denunciar la fiscal Luisa Ortega en Brasil, revelando, entre otros horrores, que el segundo hombre del chavismo, Diosdado Cabello, recibió 100 millones de dólares de soborno de Odebrecht a través de una compañía española.
Pero, probablemente, con toda la crueldad que denotan las violaciones a los derechos humanos y el saqueo del patrimonio nacional por los jerarcas del régimen, nada de aquello sea tan terrible como el empobrecimiento vertiginoso que la política económica de Chávez y su heredero ha acarreado al pueblo venezolano. Uno de los países más ricos del mundo, que debería tener los niveles de vida de Suecia o Suiza, padece hoy día los índices de supervivencia de las más empobrecidas naciones africanas: la pobreza afecta al 83% de la población, sufre la inflación más alta del mundo —este año alcanzará el 720%— y un PIB que según el Fondo Monetario Internacional cae 7,4%. Sólo se libran del hambre y la escasez de todo —empezando por las medicinas y las divisas y terminando por el papel higiénico— el puñado de privilegiados de la nomenclatura —buen número de generales entre ellos, comprados asociándolos a las grandes operaciones del narcotráfico— que pueden adquirir alimentos, medicinas, repuestos, ropa, a precios de oro, en el mercado negro. La gente común y corriente, entre tanto, ve caer sus niveles de vida día a día.
¿A cuántos cientos de miles de venezolanos han obligado a emigrar las fechorías económicas y sociales del régimen? Es difícil averiguarlo con exactitud, pero los cálculos hablan de por lo menos dos millones de personas que, agobiadas por la inseguridad, la pobreza, el terror, el hambre y la perspectiva de un empeoramiento de la crisis, se han desparramado por el mundo en busca de mejores condiciones de vida, o, cuando menos, un poco más de libertad. No hay precedentes en la historia de América Latina de un país al que la demagogia estatista y colectivista haya destruido económica y socialmente como ha ocurrido en Venezuela. Lo extraordinario es que la política de destruir las empresas privadas, agigantando el sector público de manera elefantiásica, y poniendo cada vez más trabas a la inversión extranjera, se llevara a cabo cuando todo el mundo socialista, de la desaparecida URSS a China, de Vietnam a Cuba, comenzaba a dar marcha atrás, luego del fracaso de la socialización forzada de la economía. ¿Qué idea pasó por la cabeza de semejantes ignorantes? La utopía del paraíso socialista, una fabulación que, pese a los desmentidos que le inflige la realidad, siempre vuelve a levantar la cabeza y a seducir a masas ingenuas, que, pronto, serán las primeras víctimas de ese error.
Es verdad que la Venezuela de la democracia contra la que se rebeló el comandante Chávez había sido víctima de la corrupción —un juego de niños comparada a la de ahora— y que, en la abundancia de recursos de aquellos años, los de la Venezuela saudí, surgieron fortunas ilícitas a la sombra del poder. Pero aquello tenía compostura dentro de la legalidad democrática y los electores podían castigar a los gobernantes corruptos mediante unas elecciones, que entonces eran libres. Ahora ya no lo son, sino manipuladas por un régimen que, en las últimas, por ejemplo, se inventó un millón de votos más de los que tuvo, según la propia compañía contratada para verificar los comicios. Pese a ello, la oposición ha inscrito candidatos para las elecciones regionales de gobernadores convocadas por Maduro. ¿Hay alguna posibilidad de que sean unos comicios de verdad, donde gane el más votado? Yo creo que no y, por supuesto, me gustaría equivocarme. Pero, después de la grotesca patraña de la “elección” de la Asamblea Constituyente y de la defenestración manu militari de la fiscal general Luisa Ortega Díaz, ahora en el exilio, ¿alguien cree a Maduro capaz de dejarse derrotar en las urnas? Él ha hecho todos los últimos embelecos electorales, quitándose la careta y mostrando la verdadera condición dictatorial del régimen, precisamente porque sabe que tiene en contra a la mayoría del país y que él y sus compinches tendrían un exilio muy difícil, por sus robos cuantiosos y su estrecha vinculación con el narcotráfico. En la triste situación a la que ha llegado Venezuela es poco menos que imposible —a menos de una fractura traumática del propio régimen— que recupere la democracia de manera pacífica, a través de unas elecciones limpias.
© Mario Vargas Llosa, 2017.
Publicado en EP Internacional/otros medios
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Catar 2022 : El mundial de las controversias
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3 months agoon
December 20, 2022By
FranciscoEP New York | Mundial de Catar
Catar obtuvo la Copa del Mundo que anhelaba
Al final, después de un torneo ensombrecido por la controversia desde que le otorgaron los derechos para ser el anfitrión, Catar tuvo la oportunidad que buscaba: ser el centro de atención mundial.
El pequeño Estado del desierto, una península con forma de pulgar, no ansiaba otra cosa que ser más conocido, que ser un actor en el escenario mundial en el momento de 2009 en que lanzó lo que parecía un intento poco probable de ser la sede de la Copa del Mundo varonil, el evento más popular del deporte en el planeta. Organizar el torneo ha costado más de lo que nadie pudo imaginar: en dinero, en tiempo, en vidas.
Pero la noche del domingo, cuando los fuegos artificiales iluminaron el firmamento en Lusail, cuando los hinchas argentinos cantaron y su astro, Lionel Messi, brilló al aferrarse a un trofeo que esperó toda una vida para alzar, ya todos conocían a Catar.
El desenlace espectacular, una final de ensueño que enfrentó a Argentina contra Francia, un primer título de Copa del Mundo para Messi, el mejor jugador del mundo, un partido palpitante que se definió luego de seis goles y una tanda de penales, se cercioró de que fuera así. Y, como para asegurarse, para ponerle la huella final al primer Mundial en el Medio Oriente, el emir de Catar, Tamim Bin Hamad al Thani, detuvo a un Messi resplandeciente que iba a recoger el mayor reconocimiento del deporte y lo apartó. Había algo más.
Sacó un >bisht< de bordes dorados, esa capa negra que en el Golfo se usa en las ocasiones especiales y la puso en los hombros de Messi antes de entregarle el trofeo de oro de 18 kilates.
La celebración era el fin de una tumultuosa década de un torneo que se adjudicó en un escándalo de sobornos, manchado por denuncias de abuso a los derechos humanos y lesiones contra los trabajadores migrantes contratados para construir una Copa del Mundo que costó 200.000 millones de dólares a Catar y que fue ensombrecida por decisiones polémicas sobre todo tipo de asuntos, desde el alcohol hasta las bandas de los capitanes en el brazo.
Sin embargo, durante un mes, Catar ha sido el centro del universo y ha logrado una hazaña que ninguno de sus vecinos en el mundo árabe ha conseguido, una que en ocasiones parecía impensable en los años desde que Sepp Blatter, el expresidente de la FIFA, hizo el sorprendente anuncio en un salón de conferencias de Zúrich el 2 de diciembre de 2010, cuando dijo que Catar sería la sede de la Copa del Mundo de 2022.
Es poco probable que el deporte vuelva a encontrarse pronto con un anfitrión como este. Catar tal vez haya sido la sede más inadecuada para un torneo de la dimensión de la Copa del Mundo, un país al que le faltaban tantos estadios e infraestructura e historia que su postulación fue clasificada como de “alto riesgo” por los propios evaluadores de la FIFA. Pero aprovechó la materia prima de la que disponía en abundancia para lograrlo: dinero.
Catar, respaldado por un abastecimiento de presupuesto, al parecer sin fondo, para impulsar sus ambiciones, se embarcó en un proyecto que exigía nada menos que la construcción, o reconstrucción, del país entero en aras de un torneo de fútbol que dura un mes. Esos miles de millones de dólares se gastaron dentro sus fronteras: se edificaron siete estadios nuevos, así como otros grandes proyectos de infraestructura con un costo económico y humano inmenso. Pero cuando eso no bastó, también gastó generosamente más allá de sus fronteras, comprando equipos deportivos y derechos de transmisión con valor de miles de millones de dólares y contratando a estrellas deportivas y celebridades que apoyaran su emprendimiento.
Y todo eso se desplegó en Lusail. Para cuando el partido final se jugó en el estadio de Lusail, con valor de mil millones de dólares, Catar no podía perder. El juego se emitía por todo el Medio Oriente en beIN Sports, un gigante de la televisión deportiva que se estableció luego de que Catar aseguró los derechos de organizar la Copa del Mundo. También podía reclamar como suyos a los dos mejores jugadores de la cancha: Messi, de Argentina, y el goleador francés Kylian Mbappé, ambos en la nómina del club francés Paris Saint-Germain, de propiedad catarí.
Mbappé, quien había anotado el primer triplete de una final en medio siglo, acabó el partido sentado en el césped, consolado por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, invitado del emir, mientras los seleccionados de Argentina bailaban y festejaban a su alrededor.
La competencia brindó tramas persuasivas —y a veces inquietantes— desde el inicio, al celebrarse una inauguración intensamente política en el estadio Al Bayt, un estadio enorme diseñado para parecer una tienda beduina. Esa noche, el emir de Catar estuvo sentado junto al príncipe heredero Mohamed bin Salmán, el gobernante de hecho de Arabia Saudita, menos de tres años después de que este último liderada un bloqueo severo contra Catar.
Durante meses se discutieron acuerdos y se hicieron alianzas. El equipo catarí no era de importancia en su debut de Copa del Mundo. Perdería su primer juego y luego iría por dos derrotas más y saldría de la competencia con el peor desempeño de cualquier anfitrión en la historia del torneo.
Habría otros desafíos, algunos de ellos ocasionados por el propio Catar, como la repentina prohibición de vender alcohol en las inmediaciones de los estadios a solo dos días del juego inaugural, una decisión de último minuto que dejó a Budweiser, patrocinador histórico de la FIFA, furiosa en el banquillo.
En el segundo día del torneo, la FIFA aplastó la campaña de un grupo de equipos europeos para llevar una banda que promovería la inclusión, como parte de los esfuerzos prometidos a los grupos de activistas y críticos en sus países de origen, y luego Catar aplastó los esfuerzos de la hinchada iraní para llamar la atención sobre las protestas en su país.
Pero en la cancha, la competencia cumplió. Hubo grandes goles y grandes partidos, derrotas sorprendentes y un exceso de goles que hicieron titulares y crearon nuevos héroes, sobre todo en el mundo árabe.
Primero llegó Arabia Saudita, que ahora puede presumir de haber derrotado al campeón del Mundial en la fase de grupos. Marruecos, que solo una vez antes había alcanzado la fase de eliminación se convirtió en el primer equipo africano en llegar a las semifinales, logrando una sucesión de victorias apenas creíbles por encima de los pesos pesados del fútbol europeo: Bélgica, España y luego el Portugal de Cristiano Ronaldo.
Esos resultados ocasionaron festejos por todo el mundo árabe y en un puñado de grandes capitales europeas, mientras que también le dieron una plataforma a los hinchas en Catar para promover la causa palestina, la única intromisión de la política que las autoridades cataríes no intentaron acallar.
En las gradas, el escenario era peculiar: en varios partidos que parecían poco llenos, los vacíos se llenaban minutos después de la patada inicial, cuando las puertas se abrían para permitir que los espectadores —muchos de ellos, migrantes del sur de Asia— ingresaran sin pagar la entrada. Es probable que nunca se conozca la cantidad precisa de espectadores que pagaron, sus asientos ocupados por miles de los trabajadores y migrantes que construyeron el estadio y el país, y que lo mantuvieron en acción durante la Copa del Mundo.
Fue ese grupo de personas, originario en mayor parte de países como India, Bangladés y Nepal, que fue el rostro más visible de Catar para los casi un millón de visitantes que viajaron a la Copa del Mundo. Fungieron como voluntarios en los estadios, sirvieron la comida y operaron las estaciones de metro, pulieron los pisos de mármol y sacaron brillo a los pasamanos y las manijas de las puertas de la multitud de hoteles y complejos de apartamentos recién construidos.
Para el final del torneo, la mayoría de esos aficionados se habían ido, dejando a los argentinos —una población flotante que se calculaba en 40.000 almas— para servir como entretelón sónico del último día y el último partido. Vestidos con franjas albicelestes, se reunieron en el estadio de Lusail, para crear una atmósfera digna de Mundial —saltando y cantando los 120 minutos del encuentro y mucho después de ello— que ningún dinero catarí podría comprar.
Habían logrado exactamente lo que querían de la Copa del Mundo. Igual que Catar.
Publicado en the New York Times por Tarik Panja
Tariq Panja cubre algunos de los rincones más oscuros de la industria del deporte mundial. También es coautor de “Football’s Secret Trade”, una exposición sobre la industria multimillonaria de comercio de jugadores de fútbol.
Blog de Sucesos y Noticias
El “viche” colombiano , una tradición del pacífico con etiqueta de exportación
Published
6 months agoon
September 20, 2022By
FranciscoEP New York | Latinoamérica
Cali , Colombia — Prohibido durante generaciones, este licor de caña se convirtió en un símbolo de la prolongada exclusión de la cultura negra del relato nacional de Colombia, y su veto, para muchos, fue una prueba más de que el país no reconocía las contribuciones de la comunidad.
Cuando era niña, Lucía Solís vio cómo su familia enterraba en el bosque un alijo de viche, un licor de caña apreciado pero prohibido, por temor a que la policía lo confiscara e incluso los arrestara.
Sin embargo, este mes de agosto se encontraba rodeada de botellas de viche, con su líquido de color ámbar, crema y cristal, abrumada por clientes deseosos de probarlo, ahora que es legal.
Estaba vendiendo su propia marca de licor en un puesto de una de las mayores celebraciones de la cultura afrodescendiente en América Latina, el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, en el que 350.000 visitantes convierten una amplia franja de Cali en una fiesta gigante.
“¡Soy sexta generación!”, gritó Solís, de 56 años, esforzándose por hacerse oír por encima de los sonidos de los bombos de sonido profundo y la marimba melódica mientras explicaba que ella era una más en la larga lista de mujeres que han elaborado viche. “La abuela, la bisabuela, la tatarabuela. Los ancestros”.
El viche, hecho de caña de azúcar destilada, fue inventado por personas que fueron esclavizadas en la región de la costa del Pacífico colombiano y ganó popularidad como respuesta casera al monopolio del gobierno sobre el licor de caña, convirtiéndose en una especie de alcohol ilegal colombiano.
Se diferencia de otros licores de caña de azúcar, como el aguardiente colombiano, porque la caña debe cultivarse junto al mar o a un río y junto a otras plantaciones autóctonas de la región que, según los productores, dan al viche su característico sabor ahumado y cítrico.
Prohibido durante generaciones, el viche se convirtió en un símbolo de la prolongada exclusión de la cultura negra del relato nacional de Colombia, y su veto fue una prueba más, según los críticos, de que el país no reconocía las numerosas contribuciones de la comunidad.
El festival Petronio Álvarez es una poderosa respuesta a cualquier intento de ignorar o descartar la cultura afrodescendiente de Colombia. Llamado así por un músico que celebraba su cultura en sus canciones, comenzó en 1997 como un evento musical y ha crecido hasta convertirse en una mezcla de reunión regional, semana de la moda, concursos de chefs, un festival de danza y uno de los conciertos más importantes del año.
Para algunos, la asistencia anual es una tradición, algo así como una peregrinación cultural. (El Petronio, como se le llama comúnmente al evento, fue virtual en 2020, en medio de la pandemia, y el año pasado se realizó en un formato reducido).
El festival en sí tiene lugar en un complejo deportivo al aire libre, donde un concurso musical que es una especie de Colombian Idol de la Costa del Pacífico otorgó este año uno de sus mayores premios a la banda La Jagua.
Pero su legendaria fiesta posterior se extiende a las calles de Cali, y este año hubo una aparición especial de Francia Márquez, la primera vicepresidenta afrocolombiana del país, que, recién llegada de una serie de visitas a presidentes sudamericanos, apareció en un balcón, saludando y mandando besos a una multitud que coreaba su nombre.
Después de generaciones en las que los colombianos negros en su mayoría han sido excluidos de las más altas esferas de la política nacional, el reciente ascenso político de Márquez —que nació en la más profunda pobreza y luego se convirtió en abogada y activista medioambiental antes de ganar la vicepresidencia— ha emocionado a muchos votantes.
En el festival, la comida y la bebida afrocolombianas son una parte esencial del ambiente, y el viche es el único alcohol permitido en el evento. Los comerciantes que intentan vender cerveza son escoltados hacia afuera por la seguridad.
El papel predominante del viche en el festival es aún más notable si se tiene en cuenta su historia al margen de la ley.
Pero en 2019, la Corte Constitucional del país dictaminó que una ley que brinda protección a las bebidas ancestrales de las comunidades indígenas debe aplicarse también a las afrocolombianas. Esto allanó el camino para que el Congreso legalizara el viche y lo declarara patrimonio de las comunidades negras del Pacífico colombiano.
El año pasado se concedió al viche el estatus de producto de patrimonio cultural.
Ahora, Solís y otras personas forman parte de un impulso para convencer a los colombianos de más allá del Pacífico de que adopten el viche como emblema cultural de todo el país.
“Perú tiene pisco, México tiene tequila, Escocia tiene whisky”, dijo Manuel Pineda, presidente del capítulo regional de la Asociación de Bares de Colombia. “Nosotros tenemos viche”.
El objetivo, dijo, es llegar a ser global.
“Es muy importante para nosotros respetar esos abuelos que lo trajeron hasta ahora”, dijo. “Pero lo queremos mostrar al mundo. Queremos que el mundo conozca esta historia”.
El ambiente que prevalece en el festival es de exuberancia y orgullo cultural, y los asistentes de todas las razas y orígenes étnicos son bienvenidos.
El viche está por todas partes. En botellas en pequeños puestos. Vertido en vasos de plástico de muestra. Se vende en las neveras de los conciertos. Metido en bolsillos y mochilas. Se reparte entre nuevos amigos. Celebrado en todo un pabellón con más de 50 familias productoras de viche, llamadas vicheras.
En el primer concurso de viche del Petronio, el ganador fue una mezcla de viche, jerez, licor de naranja y albahaca, jugo de limón y hoja de coca.
El licor está en las letras del popular trío de hip-hop ChocQuibTown, que en una noche de sábado de verano llenó una plaza enorme en Cali y abrió su actuación con la canción “Somos Pacífico”, que es tanto una descripción de personalidad pacífica como una definición del origen geográfico. Incluso los policías movían las caderas.
El viche se suele mezclar con hierbas, frutas y especias. Una versión llamada tomaseca tiene notas suntuosas de canela y nuez moscada; otra, el arrechón, cremoso y suave como la fruta borojó, se considera un afrodisíaco. El curao se infunde con hierbas como la menta, la manzanilla o el pipilongo, una planta autóctona de la región.
“Me parece rica una bebida tan cargada de simbolismo, de valores”, dijo Neila Castillo, de 68 años, quien estaba junto al puesto de Solís probando viches con una amiga de la universidad, Marta Espinosa, de 67 años. Metieron en sus bolsos botellas de viche puro de color blanco claro para disfrutarlas más tarde.
En 2008, el viche se convirtió en la bebida oficial del festival cuando los organizadores tomaron la decisión osada de comercializarlo durante el evento como parte de un “ejercicio de sensibilización”, a pesar de que todavía era ilegal, dijo Ana Copete, directora del festival y nieta del músico que lo inspiró. En aquel momento, el viche gozaba de una protección informal en el marco del evento, dijo, y los comerciantes podían vender sus productos sin la interferencia de las autoridades.
El viche representa el único ingreso para muchas familias en la región del Pacífico de Colombia, y en 2018, Copete lanzó un esfuerzo de colaboración con los productores para poner la legalización del viche en la agenda pública.
El grupo pronto consiguió el apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia y de otros responsables políticos que vieron el potencial económico de la bebida.
“Ha sido una lucha mantenerla viva, que la tradición no desaparezca”, dijo Copete. Su presencia destacada en el festival, añadió, “permite que otras personas que no son del Pacífico conozcan esta bebida y conozcan lo que representa, la consuman y así ayuden a las familias vicheras”.
Solís, la productora de viche, creció con la bebida como parte de la vida cotidiana en Buenaventura, una ciudad portuaria del Pacífico a unos 80 kilómetros de Cali. Se tomaba no solamente como bebida espirituosa, sino también como medicina tradicional utilizada para ayudar en el parto, limpiar las heridas, calmar los dolores menstruales y tratar la infertilidad.
Cuando tenía 7 años, su tía le dijo que iba a instruirla en conocimientos locales de más de 300 años de antigüedad. Le tapaba los ojos a la niña con un pañuelo y le enseñaba a identificar las plantas únicamente por su fragancia.
Solís fue una de las primeras vicheras en registrar su empresa, Semillas de Vida, ante la autoridad comercial del país, incluso antes de que fuera declarada “patrimonio cultural inmaterial de la nación”.
Cuando se enteró del registro, lloró, saltó, gritó, abrazó a su hijo y dio gracias a Dios. El sentimiento, dijo, fue indescriptible.
Legalizar y honrar el viche, dijo, “fue una alegría tremenda, porque eso es una lucha de muchos”.
Publicado en NYT | by Julie Turkewitz. Investigadora social del Times para latinoamérica
EE.UU
Los tres factores que cambiarían el rumbo de la guerra en Ucrania
Published
6 months agoon
September 18, 2022By
FranciscoEP New York|opinión|otros medios
Mientras que algunos soldados rusos en Ucrania están votando con sus pies en contra de la vergonzosa guerra de Putin, su retirada veloz no significa que Putin vaya a rendirse. De hecho, la semana pasada abrió un nuevo frente: contra la energía.
El presidente de Rusia cree que ha encontrado una guerra fría que podría ganar y va a intentar congelar a Europa este invierno, literalmente, al cortar los suministros del gas y el petróleo rusos para presionar a la Unión Europea hasta que abandone a Ucrania.
Los predecesores de Putin en el Kremlin aprovecharon los inviernos frígidos para derrotar a Napoleón y a Hitler, y está claro que Putin cree que el frío es su as bajo la manga para derrotar al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, quien le dijo a su nación la semana pasada: “Rusia hará todo en los 90 días de este invierno para quebrar la resistencia de Ucrania, la resistencia de Europa y la resistencia del mundo”.
Ojalá pudiera decir con certeza que Putin fracasará y que los estadounidenses lo vencerán en producción. Y ojalá pudiera escribir que Putin se arrepentirá de sus tácticas, porque a la larga transformarán a Rusia de ser un zar de la energía para Europa a una colonia energética de China, donde ahora Putin está vendiendo mucho de su petróleo a un precio descontado para compensar su pérdida de los mercados occidentales.
Sí, ojalá pudiera escribir todas esas cosas. Pero no puedo, a menos que Estados Unidos y sus aliados de Occidente dejen de vivir en un mundo de fantasía verde en el cual podemos pasar de los combustibles fósiles contaminantes a una energía renovable limpia con solo encender un interruptor.
Ojalá eso fuera posible. Esta columna ha estado dedicada desde hace 27 años a abogar por la energía limpia y mitigar el cambio climático. Sigo comprometido —absolutamente— con esos fines. Pero no puedes esperar los fines a menos que también busques los medios.
¡Y está muy claro que no hemos hecho eso!
A pesar de todas las inversiones en energía eólica y solar durante los últimos cinco años, los combustibles fósiles —petróleo, gas y carbón— representaron el 82 por ciento del uso total de energía primaria en el mundo en 2021 (necesaria para cosas como la calefacción, el transporte y la generación de electricidad), lo que supone un descenso de apenas 3 puntos porcentuales en esos cinco años. Solo en Estados Unidos, en 2021, cerca del 61 por ciento de la generación de electricidad procedía de combustibles fósiles (principalmente carbón y gas natural), mientras que cerca del 19 por ciento procedía de la energía nuclear y alrededor del 20 por ciento de fuentes de energía renovables.
En un mundo de clases medias crecientes y ávidas de energía en Asia, África y América Latina, se necesitan enormes cantidades de nuevas energías limpias para hacer siquiera una pequeña mella en nuestra estructura energética general. No es cuestión de encender un interruptor. Tenemos una larga transición por delante, y solo lo lograremos si adoptamos cuanto antes un razonamiento inteligente y pragmático en materia de política energética, lo que a su vez conducirá a una mayor seguridad climática y económica.
Si no, Putin aún tendrá el poder de herir gravemente a Ucrania y Occidente.
Antes de que comenzara la guerra en Ucrania, Rusia suministraba casi el 40 por ciento del gas natural y la mitad del carbón que Europa utilizaba para calefacción y electricidad. La semana pasada, Rusia anunció que suspendería la mayoría de los suministros de gas a Europa hasta que se le levanten las sanciones occidentales. Putin también ha prometido cortar todos los cargamentos de petróleo a Europa si los aliados occidentales llevan a cabo su plan de limitar lo que pagan por el petróleo ruso.
Sin alternativas suficientes y costeables de suministros de gas natural, reportó The Financial Times, algunas fábricas en Europa han tenido que cerrar “por no poder pagar el costo del combustible”. Los costos de la energía —que en algunos países europeos han aumentado hasta un 400 por ciento— “están llevando a los consumidores a una pobreza casi total”.
Este invierno algunas personas tendrán que decidir entre calentarse o comer, y eso está obligando a sus gobiernos a ofrecer subsidios masivos, trastocando sus presupuestos, en aras de evitar represalias populistas y presiones para que Ucrania se rinda ante Putin; algunos incluso están volviendo a quemar carbón.
Si queremos que los precios del gas y el petróleo bajen lo suficiente para impulsar la economía estadounidense y, al mismo tiempo, ayudar a nuestros aliados europeos a escapar de la opresión rusa mientras también aceleramos la producción de energía limpia —llamémosla nuestra “triada energética”— necesitamos un plan de transición que logre un equilibrio entre seguridad climática, energética y económica.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, acaba de dar un gran impulso a la producción de energía limpia del país con su proyecto de ley sobre el clima, que también fomenta la producción de gas y petróleo más limpios mediante incentivos inteligentes para frenar las fugas de metano de los productores de petróleo y gas, y motivando a estos a invertir más en tecnologías de captura de carbono.
Pero el factor más importante para ampliar rápidamente nuestra explotación de petróleo, gas, energía solar, eólica, geotérmica, hidroeléctrica o nuclear es dar a las empresas que las buscan (y a los bancos que las financian) la certeza normativa de que, si invierten miles de millones, el gobierno los ayudará a construir con rapidez las líneas de transmisión y los oleoductos para llevar su energía al mercado.
A los ecologistas les encantan los paneles solares, pero odian las líneas de transmisión. Quiero ver cómo logran salvar el planeta con ese enfoque.
Philip Anschutz, el conservador multimillonario que hizo una fortuna extrayendo petróleo, ha estado tratando de construir una línea eléctrica para conectar su enorme parque eólico en Wyoming con su mercado objetivo en Las Vegas. La planificación de esa línea comenzó hace 17 años, y solo en diciembre pasado Anschutz finalmente llegó a “un acuerdo con un rancho de Colorado para atravesar su tierra” para llevar sus electrones limpios al mercado, informó Bloomberg.
“Muchos de los mejores lugares para desarrollar energía limpia son desiertos y llanuras alejadas”, se lee en el reportaje, “pero tender líneas eléctricas para llegar a ellos puede llevar una década o más debido a las aprobaciones necesarias de las agencias estatales, el gobierno federal y los terratenientes del sector privado. Los retrasos son una de las mayores amenazas para las ambiciones del presidente estadounidense, Joe Biden, de eliminar los combustibles fósiles de las redes eléctricas”.
Con el propósito de obtener el apoyo crítico del senador Joe Manchin para el paquete climático de Biden, los líderes demócratas del Senado, liderados por Chuck Schumer, aceptaron un acuerdo lateral: respaldar un proyecto de ley que agilizaría, aunque no eliminaría, las revisiones medioambientales y otras regulaciones que a menudo entorpecen la obtención de permisos para las líneas de transmisión y los oleoductos que se necesitan para que los proyectos de gas, petróleo, energía solar y eólica sean económicamente viables. Si nuestra principal vía para dejar el carbón va a ser la electrificación de los vehículos y la generación de energía mediante energías renovables, necesitaremos más vías de transmisión para mover más electricidad, y necesitaremos más sistemas de reserva de gas natural para los momentos en que no brille el sol o no sople el viento.
Por estas y otras razones, Biden quiere que se apruebe este paquete de permisos, como lo quieren casi todos los senadores demócratas. Schumer planea adjuntarlo al proyecto de resolución continua que el Congreso debe aprobar para mantener el gobierno abierto después de que el año fiscal termine el 30 de septiembre. Desgraciadamente, el senador Bernie Sanders se ha manifestado en contra, al igual que más de 70 miembros demócratas de la Cámara de Representantes, la mayoría del grupo progresista del Congreso. No está claro cuántos llegarán al extremo de bloquear el proyecto de ley de financiación del gobierno si incluye esta legislación de permisos, pero sí serán algunos.
Por lo tanto, los grupos de presión de las petroleras han pedido a los legisladores republicanos que compensen a los progresistas que votarán en contra y que voten a favor de la legislación. Pero el Partido Republicano ha dicho a las compañías petroleras: “No, gracias”. Los legisladores republicanos no harán nada para conseguirle otro éxito a Biden.
No sé quién es más irresponsable: los progresistas moralistas que quieren una inmaculada revolución verde de la noche a la mañana, con paneles solares y parques eólicos, pero sin nuevas líneas de transmisión ni oleoductos, o los cínicos y falsos republicanos que prefieren que gane Putin y que pierdan nuestras empresas energéticas antes que hacer lo correcto para Estados Unidos y Ucrania dándole la razón a Biden.
No puedo enfatizar esto lo suficiente: la política energética de Estados Unidos debe ser el arsenal de la democracia para derrotar el petroputinismo en Europa, proporcionando el petróleo y el gas que tanto necesitan nuestros aliados a precios razonables para que Putin no pueda chantajearlos. Este tiene que ser el motor del crecimiento económico que proporcione la energía más limpia y asequible de combustibles fósiles en nuestra transición a una economía con bajas emisiones de carbono. Y tiene que ser la vanguardia de la ampliación de las energías renovables para que el mundo llegue a ese futuro bajo en carbono tan rápido como podamos.
Cualquier política que no maximice esas tres cosas nos dejará menos sanos, menos prósperos y menos seguros.
Thomas L. Friedman es columnista de Opinión sobre temas internacionales en el New York Times.


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